TW - Aviso de contenido: violencia, ansiedad, depresión.
Cuando comparto una información que solo unos pocos conocen lamentablemente le estoy dando un valor especial a aquel que me hace de confidente. En definitiva, le digo que confío, y, peor aún, al confesarle me pongo en sus manos. Si la información se difunde, puedo correr el riego de que lo terminen sabiendo personas que no deberían, que no quiero que lo sepan. Es una obviedad, por supuesto, sin embargo, la necesidad de compartirlo muchas veces se me hace insostenible. Cuando los secretos dejan de serlo, porque alguien se va de boca, se produce una gran decepción, es un riesgo que no quiero correr. Además, genera enojo e intensifica las dudas sobre el valor de la amistad con esa persona en cuestión, con esa persona que fue mi «confidente».
Considero que guardar los secretos es mi mejor defensa.
***
— ¿Crees que los sueños son premonitorios? —pregunta Marcial.
—Me encanta esa pregunta. Yo no me considero una voz autorizada y menos una para hablar sobre los sueños, pero me gusta la idea. He tenido algunos que han sido muy premonitorios o muy auspiciosos.
—Yo creo que nuestro campo de conciencia es mucho más amplio de lo que sabemos y que sí, muchas veces nos indican el camino —argumenta.
—Sabés que yo no creo en nada, pero esta teoría tiene una justificación científica.
— Tener una experiencia así puede inquietarte, incluso, cuando no le des mucha importancia a las predicciones. O bien podés despertar de un sueño con sentimientos inquietantes, con miedo o decepción. En un primer momento, parece no tener importancia... —Me mira y hace un ademán para que termine la idea por él.
—Hasta que algo te asusta o te decepciona, poco después. Entonces, no podemos recordar ningún detalle específico del sueño, pero sentimos exactamente las mismas emociones.
Como Marcial ha podido intuir mi secreto, es un misterio para mí. Esta conversación no es aleatoria, alguien con su coeficiente intelectual y, sobre todo, con su amplia capacidad de empatía, puede saber que oculto algo. Realmente, no sé cuánto sabe...
Marcial deja escapar un suspiro con parsimonia e inclina la cabeza en un gesto de cansancio.
—No podés tenerlo todo, Ori. A veces, hay que seguir adelante y tomar las lecciones que nos da la vida, aprender de ellas.
— Yo intento ser la mejor persona que puedo, lo que no significa que, cuando acaba mi día, pueda tomarme las cosas menos en serio. Dormir bien ya es un acto de superación.
Él me dedica un guiño y me saluda con la mano, indicándome que se va a recostar. Imagino no quiere develar hoy las intenciones de esta charla.
Tengo una buena capacidad para olvidar ciertos sucesos, pero no siempre puedo dejarlos atrás.
Aquel que un día me hizo sonreír, hoy es el causante de las pesadillas que me acechan, aun estando despierta.
¿Cuándo me dejarán en paz?
Me dirijo al baño donde tomo una ducha caliente. Cierro la puerta y desparramo mi ropa por el piso. Tomo prestado un cepillo de dientes, que se encuentra en el interior de una bolsita bien cerrada, y me lavo no menos de diez veces. Luego enjabono cada rincón de mi cuerpo, intentando eliminar todas las marcas y los golpes. Odio que el baño no pueda limpiar mi mente y así olvidarme de lo vivido. Lavo mi pelo y lo desenredo con rudeza, dejando caer unos cuantos mechones rebeldes al suelo. No sé cuánto tiempo ha pasado y, si no fuera porque se terminó el agua caliente, aún me encontraría bajo la ducha. Mi piel hierve y se siente como una lija. Tomo unas tijeras y pienso en cortarme el cabello. ¡No...!, es mejor tenerlo sobre la cara y esconderme tras él. Pienso en que quizás podría raparme para resultarle desagradable y, tal vez, de ese modo no tenga de donde tomarme para someterme.
Me preocupa nunca más sentirme normal. Estoy limpia por fuera y podrida por dentro. Mi nuevo nombre será: Inmundicia. Sí, eso es en lo que me ha convertido. Eso es lo que soy ahora: un animal salvaje, una mujer más de tantas que, día a día, son maltratadas. Una más como las que veía en la tele y deseas que jamás te toque en suerte.
«¡Al menos, estás viva!»
Otra mentira.
Agonizo cada vez que me toca.
He muerto y he resucitado, para, ahora, ser un cascarón vacío.
Sigo luchando, todos los días. Voy librando mil batallas por dentro, dibujando sonrisas falsas por donde quiera que voy, mil sonrisas por fuera, mil llantos por dentro. A veces, las fuerzas se me escapan y cada vez se me hace más difícil disimular la mierda que llevo dentro.
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Cuando hable el viento
General FictionOriana es una joven de treinta y cuatro años que tiene una vida considerablemente tranquila; pero no siempre fue así. Ella guarda un secreto, uno del cual no está dispuesta a compartir, decir la verdad no le parece una opción. Se niega aun cuando...