Capítulo 31 - ¡Por fin entendí!

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El conocimiento popular no podría estar más en lo cierto: los secretos son malos para nuestra salud.

Quien no tiene secretos será libre; en muchos sentidos, por no decir en todos...

***

—Tengo una mala noticia, muy mala, y una buena, aún más buena. —Con esta premisa me recibió Ale ni bien atravesé la puerta.

Eso sí, antes de llegar, me avisó por teléfono que Male estaba con mi mamá y ahora comprendo por qué.

Nos debemos una conversación, que he estado evitando por varios días.

—¿Cuál querés contarme primero? —pregunto y me acerco más a ella .

Tiene un pañuelo sobre la mejilla que parece tener hielo y uno de sus ojos ha comenzado a ponerse morado.

—¿Fue él?

—Hubo un sorteo y yo gané todos los números.

—Juro que voy a matarlo —sentencio.

—No..., en serio, no hace falta.

—¿Por qué no?

«Carajos, lo voy a matar».

Aprieto los puños.

—Porque la mala es que el muy pendejo me pegó fuerte... y...

—Decime que hay una buena, porque no la veo. ¡No me jodas!

—La buena es que lo denuncié en la comisaria de la mujer —agrega y esboza una sonrisa.

—¿En serio? ¡Ya era hora!

—Sí, tiene una orden de restricción. No va a ser fácil, pero no nos va a joder nunca más.

—Sé que es una mierda, pero me alegro de que no te pueda joder más.

—¡Por fin entendí... que no me quería!

Corro a abrazarla y la llevo de la mano hasta el sillón, donde nos recostamos juntas.

Ale se está derrumbando justo en mis brazos y suena horrible, pero se siente bien saber que alguien puede sentirse tan rota como yo, que no estoy sola.

¡Siento que puedo contarle!

No es un momento sexual, es una unión para hacer que esto desaparezca. Todo lo que quiero en este momento es ensordecer las voces junto a mi mejor amiga: yo la necesito y ella me necesita a mí.

Hay líneas que no se deben cruzar, pero hoy no me importan.

Acaricio, instintivamente, su mejilla, ahí donde está formándose un enorme moretón. Ella busca mi tatuaje y pasa su dedo índice por él. Lo recorre como si sus caricias fueran preguntas.

No puedo dejar de abrazarla; nuestras frentes tocándose y nuestras manos entrelazadas. Se siente tan bien hasta que ella acerca su boca a la mía y me da un casto beso.

—Yo... —intento ordenar las palabras, quizás, incluso, articular alguna que pueda explicar.

Me quedo muda, paralizada.

Ale ahora está hurgando en mi cintura, acaricia mis senos mientras con su boca se aventura a besar mi estómago por sobre mi remera, encontrando otra pequeña cicatriz.

—Perdón, yo no pretendía. No sabía que vos... que quisieras... eso. —Es lo único que acierto a decir, intentando rechazarla.

Ale y su delgada figura... No me siento cómoda con ella tocando mis partes debajo de la cintura.

Cuando hable el vientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora