Capítulo 18 - Tragarse el orgullo

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Me urge hacer una pregunta: ¿es lo mismo guardar un secreto que conocer los de la gente? No, de ningún modo. Creo que solo lo sería cuando el conocer esos secretos «ajenos» supusiera una carga emocional por evitar que salgan a la luz. En otras palabras, solo sería lo mismo si estuviésemos guardándolos. Debería haber estudiado psicología... Aún no es tarde, supongo.

***

—Te enteraste de que falleció Carlino de Montes.

—¿Ehh? ¡Rosa!, no está bueno que tus últimos entretenimientos sean ver qué famoso «la palmó».

Me levanto del sillón y me dirijo a la cocina mientras ella vocifera al otro lado de la mesa. Abro el cajón de la alacena y agarro un puñado de confites que me llevo descuidadamente a la boca.

—A esta edad resulta divertido ver cómo aquellos poderosos e inmortales finalmente la quedan. La fama y el oro no son más que recuerdos —concluye.

—No quisiera ver el día que Keanu no esté más. Imaginaré que vive en la Matrix. Igualmente, mejor busquemos otro pasatiempo.

—Hagamos de cuenta que no dijiste eso —replica y me dedica una mirada tierna—. Pasame la revista, por favor, quiero leer cuantos años tiene la Legrand.

—Si fuera millonaria, no tendría que estar cuidando personas mayores y viviría en una casa de playa, por ejemplo, en el Caribe.

—¡Mentirosa! Te aburrirías en una semana y llenarías la casa de viejos y de mascotas —me contesta, aceptando el reto—. Nunca había conocido una persona como vos.

— ¿Cómo yo? —pregunto, insegura.

—Me nublás la mente con tus ideas... —susurra.

—Lo que vos digas —musito para que me deje en paz.

—¿Sabés manejar? —me pregunta sin fanfarronear por haber ganado.

—Tenía un auto, pero tuve que venderlo. No podía pagar el seguro y menos cargarle combustible.

—Yo solo pregunté si sabías manejar, ahora que veo que sí, vamos a ir a dar un paseo —sentencia y me arrastra hasta el garaje para mostrarme un auto estacionado.

—¿De tu nieto? —indago, pero ya sé la respuesta.

—Solo la vuelta a la manzana y lo devolvemos.

—¡Vos te hacés responsable!

—Trato hecho —me dice con una sonrisa.

Qué decir que el paseo no fue de solo la vuelta a la manzana, hacía tanto tiempo no tenía el control de mi vida, así fuera manejando un vehículo...

—¡Por favor! —me pidió la abuela, un poco indignada moviéndose de un lado a otro, sentada de copiloto.

—Tengo el registro vencido —confieso mientras estaciono de regreso.

—Nimiedades, chiquita. —Se ríe con picardía a mi costa.

—Ni lo intentes —le reprocho y ella emite un suspiro de resignación.

Aplaudo emocionada por haber logrado callar a la bestia.

Apenas pasamos el palier, un celular suena de repente y, luego de constatar que se trata del de Rosa se lo alcanzo, tras tomarlo de la mesa. Sonriente, ella alza el aparato y me enseña una fotografía de Nicolás.

Pienso en seguir con la conversación, pero al final dejo que tengan privacidad, por lo que me dedico a barrer las hojas que se acumulan en la entrada.

Cuando termina de hablar me llama con un gritito desde la mesa de la cocina.

—Hablá—ordeno.

—No me gusta ese tono.

—Pues es el tono que tengo hoy —me burlo de ella y, para mi suerte, también le hace gracia .

—¿En serio? —entorna los ojos y me mira fanfarrona—. Sabés..., con Nicolás quedamos para cenar.

—¿Para cenar? —repito sin entender.

—Me encantaría que vengas, puedo cocinar un risotto de hongos o amasamos pizza, lo que quieras.

—¿Por qué hacés esto?

Rosa emite una vibrante carcajada.

—No estoy haciendo nada, simplemente quiero pasar el rato con dos de mis jóvenes favoritos.

Contengo el aliento e imagino todos los escenarios posibles sin encontrar una excusa convincente para negarme. Me trago mi orgullo y acepto la reunión.

—Supongo que está bien —concedo y ya me estoy arrepintiendo.

Cuando hable el vientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora