Capítulo 4 - Una mierda machista

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Aviso de contenido: Ansiedad

Siento que los secretos están ligados mayormente a circunstancias externas, aunque, claro, no siempre puede ser así. Muchas veces conmueven de un modo negativo o tienen un valor objetivo en la sociedad: un ascenso, una traición, un terrible adulterio... Estos secretos ocultos son un intercambio que llamaría impropio para la sociedad. Son cuestionables, dado que modifican la forma que tenemos de entenderlos: son algo íntimo. Depende de cómo calen en la persona, pueden convertirse en un secreto bien guardado, con todas las consecuencias que eso conlleva.

El gran secreto que guardo es mío, es lo que tengo. Si lo piensan bien... todos somos el secreto de alguien y, tarde o temprano, seremos develados.

***

—Queremos seguir teniendo hijos, pero no queremos cuidar el planeta. ¡Pongámonos de acuerdo! Así no podemos seguir. —Voy protestando en voz alta, mientras camino hacia la casa de Rosa. Estoy harta de ver como tiran los reciclables por cualquier lado; me da una bronca terrible. Saco de mi mochila una bolsa extensible y me cargo dos botellas de vidrio, pensando en que se las acercaré a mis amigos artesanos que las reciclan como recipientes para velas de soja.

—¿Qué te pasa que tenés esa cara? —me pregunta Rosa, burlona.

—Nada, no sé. Yo solo he... —Reflexiono rascándome la nariz—. Nada, nada, es solo una pavada.

—Si te deja así, es porque es algo importante —sentencia ella y yo suelto una risa estrangulada.

—Es qué salí a la calle y, ya de ver cómo se comporta la gente, enloquecí —respondo, al fin.

—No seas tan enojona que te vas a quedar sola.

—Mejor. No tengo ningún problema. — Me rio traviesa mientras le guiño un ojo.

—¿No te da miedo el quedarte sola? —pregunta con interés.

Yo niego con la cabeza mientras mastico un chicle.

—¿Cuál es el problema? Hoy estuve todo el día sola. No hay nada de malo, hay que aprender a habitarnos sin la necesidad de estar con otra persona todo el tiempo —comienzo a divagar.

—¿Y qué hacés en esos momentos?

—Mirá, hoy por ejemplo disfruté «mi momento». Me tomé un capuchino y almorcé una brusqueta de palta y jamón crudo. Después me fui a la pileta y nadé por casi una hora, disfrutando de mi propia compañía.

—No lo había pensado así —repone—. A mi edad estar solo es la antesala de la muerte. —Suspira y pone los ojos en blanco.

—No tiene por qué ser así. La soledad, como todo en la vida, es pasajera, solo hay que aprender a convivir con ella.

Me inclino sobre la mesa en la que estamos sentadas. Yo siento que ella tiene más esperanzas que yo para disfrutar. Dudo que su pasado sea turbio como el mío.

—Es tarde para mí, pero es un mensaje que voy a dejarles a mis nietos. A veces, parecés más vieja que yo.

—Más sabia querrás decir. —Miro hacia otro lado para que no pueda ver la tristeza en mis ojos.

—¿Por qué no te conocí antes? —me pregunta tan dulcemente.

—Los misterios de la vida. —Supongo — Al menos nos encontramos.

—¿Dónde aprendiste tanto? Te manejás con mucha soltura a la hora de aconsejar.

Rosa bebe un trago directamente de la jarra de jugo. Hago una mueca de asco y ella, como si nada, la devuelve a su posición y sigue mirándome.

Cuando hable el vientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora