Capítulo 24 - ¿Pediste un deseo?

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Ya hemos definido en más de una oportunidad el significado de secreto, pero...: ¿Cuál es su némesis?

El secreto deja de serlo cuando la verdad sale a la luz. Probar y mostrar que no solo es cierto, sino claro. Expresar esa verdad de manera abierta y manifiesta de un suceso, de forma tal que nadie puede dudar de ella ni negarla.

¿La verdad siempre trae luz?

Solo si la causa es justa.

***

Me giro lentamente a sus brazos, echo la cabeza hacia atrás y suelto un suspiro involuntario.

Sus labios trepan por mi mejilla y se deslizan hasta mi cuello. A continuación, expone sus dientes, y muerde apenas el lóbulo de mi oreja.

Me enciendo casi de inmediato, respondiendo a la necesidad de lo que dicen sus acciones.

Carraspea en mi oído y una energía me recorre hasta la punta de los pies.

«Quiero quedarme en este momento. No quiero pensar, ¡por favor!»

Ella... siente mi titubeo y rápidamente me roza con sus piernas, enredándolas con las mías y me muestra su excitación, la prueba del crudo deseo.

Bloqueo el lado racional de mi cerebro y le doy la bienvenida a la inconsciencia del disfrute. El calor entre mis muslos equivale a encender un fósforo y arrojarlo dentro de su misma caja.

—¿Puedo tocarte? —La miro un segundo y, acto seguido, acepto, dejándola que me guíe.

No tengo escapatoria.

Susurra un: «me encanta», y yo me trago su exhalación, aspirando su esencia.

—¿Estás segura? —reitera mientras pasa la mano por mi cadera y me sienta sobre la cama.

Separo las rodillas en una respuesta involuntaria y Ale mete una pierna entre ellas. Durante un segundo, espero su proceder hasta que ella se inclina bajo su propio peso y se clava entre mis muslos.

—¿Confías en mí?

—¡Eh! ¿Qué pregunta es esa? Yo...

Algo pasó, porque de repente estamos corriendo, no sé en qué momento dejamos la cama. Ella se pone a correr y yo lo hago tras ella, mi pelo al viento y, bajo mis pies, el calor de las vías de un tren. Mis cordones están desatados y, apenas estoy más vestida, que hace unos segundos atrás.

«¿Qué es lo que está pasando? ¿estamos huyendo?»

Me da la impresión de que llevo corriendo una eternidad y siento que ya no puedo más, ni siquiera con Ale.

No obstante, ella se frena en seco.

—¿Qué?

—No puedo... Ya no puedo huir más. Es... Me estoy ahogando —le digo y es cierto.

Me siento rara. Mal. Me llevo una mano al pecho, a la altura del corazón. Y siento una horrible quemazón en la boca del estómago, que arde como un reconocimiento de que existo.

—¡Ay! Entonces, aquí se acabó el viaje.

No puedo dar un paso más.

El tren pasó y no llegamos a subir.

Me siento en el espacio entre las vías, cruzando mis piernas como al estilo indio.

—Aun así, te gustó, ¿no? —concede Alejandra y no puedo contestarle.

Me estiro, como intentando estrecharla, y los brazos no me responden.

Siento...

¿Qué siento?

Cuando hable el vientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora