El encanto de Aaron

63 4 29
                                    


Dos días después, puedo decirlo con seguridad: Aaron está planeando algo. Sigue mirándome disimuladamente, incluso cuando lo atrapo él no aparta la mirada, no antes de guiñarme un ojo. Por supuesto que guiñaría el ojo; Aaron es el tipo de persona que no se avergüenza cuando lo descubren, él consigue hacerte sentir avergonzada, como si él te hubiera sorprendido a ti mirándolo.

Para terminar de torturarme, hoy decide sentarse a mi lado. A mi lado. En la gran mesa del comedor.

Bueno, puede que parte de la desesperación que siento ahora haya sido mi culpa. Ayer salí al parque junto a Carla solo para verlo sin camisa. Sin embargo, no pudimos quedarnos mucho tiempo, ambas nos sonrojamos hasta las orejas y preferimos huir enseguida. Compramos helados, los cuales devoramos en casa. Desde entonces el recuerdo de Aaron pateando una pelota con el torso desnudo me persigue.

Trato de regular mi respiración sin ser muy obvia. Noto que tía Magdalena me dedica una mirada inquisitiva, yo me encojo de hombros. Esperaba que fueran las gemelas quienes se acercaran a mí, pero parece que solo se sienten cómodas con la presencia de la otra. 

Aaron se aclara la garganta. No puedo imaginar un escenario donde Aaron quiera iniciar una conversación conmigo, es simplemente rarísimo. Siento que me subieron a un escenario con una superestrella. Ahora yo no veo el espectáculo, como lo suelo hacer, sino que soy parte de él. ¡Pero yo no quiero ser parte de él!

La señora Agatha me entrega una taza de té.

—¿No tomas café?

Listo. Habló, pienso. Rompió la cuarta pared.

—Oh, no. —Tomo una cucharita y muevo el azúcar que ya tiene mi bebida. No soporto sentir que Aaron tiene toda su atención puesta en mí—. No suelo tomar café. No me gusta.

—Mhm. —Veo cómo apoya un brazo sobre mi silla, pero rápidamente la quita y bosteza—. Bueno, no me sorprende.

Se puso serio; ahora lo entiendo todo. ¡Está haciendo esa cosa de burlarse de alguien! ¡De mí! Lo hacía mucho cuando hablaba con sus primos.

Elaboro una estrategia al instante:

—No soy tan predecible —suelto, risueña e inocente, a sabiendas de que él no conoce esa palabra.

Parpadea y casi podría decir que lo dejé en blanco, pero se recompone y sonríe. No tiene otra opción, y sabe que lo hice a propósito, sabe que gané. Ya estoy regodeándome en mi victoria, cuando me dice algo en sueco y suspira, divertido.

Por supuesto que sonrío, pero siento mi rostro calentarse. Aaron está esperando una respuesta.

—¿No dicen que el café limita el crecimiento de los huesos en los niños? —Levanto mi taza de té.

Él me mira de arriba a abajo. —Ah, con razón eres tan alta.

Trago, avergonzada. Creo que pararé acá, esta conversación ha sido un fracaso. —Sí, bueno, concéntrate en tu café.

Escucho que se ríe entre dientes, pero no le hago caso.

—Vamos, Sara, era un chiste —dice. Yo me encojo de hombros—. Pero es bueno que no te guste el café. Por lo menos creciste unos centímetros.

Anne lo observa con molestia y le dice algo en sueco. Claro que yo no entiendo ni una palabra. 

Él rueda los ojos y le contesta.

—No peleen en la mesa —dice tía Magdalena.

—Anne no tomó su pastilla hoy —dice Aaron por lo bajo.

Para este punto solo quiero que se acabe. Lo que sea que esté sucediendo.

—¿Te das cuenta de la impresión que me estoy llevando de ti? Esta es la primera vez que me hablas, ¿sabes?

Fantasía en DelirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora