Espíritu libre

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La última vez que hice una pijamada con las gemelas tenía siete años. Tía Magdalena nos hizo waffles (yo nunca había probado waffles en mi vida) y jugamos hasta la una de la mañana, lo cual era increíblemente tarde para mí. Y lo sigue siendo. Nada interesante pasa después de las doce.

No creo que ahora, con veinte años y a punto de cumplir veintiuno, las gemelas sigan interesadas en tener una pijamada. Creo que lo hacen por mí. Pero está bien, siempre es bueno comer waffles.

Ahora estamos haciendo galletas. A mí me gusta hornear de vez en cuando, solo en momentos de inspiración, o situaciones de celebración. Estar en la cocina en verano me aburre infinitamente, pues de por sí hace calor, pero el horno y las hornillas lo vuelven mil veces peor. En general, no me gusta cocinar en verano, pero si no cocino nos quedamos sin almorzar.

Las galletas son mi especialidad, además de que es lo más rápido. No suelo usar muchos ingredientes porque estamos cortas de dinero, pero aquí las gemelas han comprado chispas de chocolates y de colores, glaseados, mermeladas, rellenos, etc. Es una fantasía.

—Sara, pídele a Aaron su radio.

Miro a Agda como si estuviera loca. —Estoy derritiendo el chocolate, ¿por qué no vas tú?

—Porque si yo se lo pido no va a querer dármelo. Si tú se lo pides va a decir que sí. Son modales.

Si María estuviera acá, lo haría por mí. Pero a María no le agradan mucho las gemelas, ella prefiere a Aaron, como siempre. Es por eso que no me pidió venir. Sin embargo, ahora pienso que debí haberla obligado, porque de ese modo me habría librado de esto.

—Está bien.

Cuando voy al cuarto de Aaron, escucho que está tocando su guitarra, para variar. Toco dos veces y espero.

—¿Quieres escaparte a la fiesta? —Aaron dice una vez que me abre—. Todavía hay tiempo.

—¡No! —Entrelazo mis dedos detrás de mí, meciéndome de un lado a  otro. Creo que estoy demasiado nerviosa—. Este... ¿podrías prestarme tu radio?

Se cruza de brazos, fastidiado. —Ah, era eso.

—Sip.

—Mhm... está bien. —Se encoge de hombros—. Pero tengo que asegurarme de que no la rompan.

—No te preocupes, yo la cuidaré.

Niega con la cabeza. —Es mi radio.

Entonces se mete en su habitación y sale al momento con el aparato. Cierra la puerta detrás de sí, sin apagar la luz. No entiendo esa manía de los suecos, ¿por qué les encanta dejar todo encendido?

En la cocina, Aaron se acomoda en una silla y nos mira trabajar con rostro serio. Parece un actor de películas; incluso su pose es llamativa, por lo menos para mí, que suspiro con cualquier cosa que él haga. Sé que se ha quedado en la cocina solo para molestar, pero no permito que me vea incómoda. 

Anne saca un casete, luego mete un lapiz en el carrete y le da vueltas hasta rebobinar la cinta. A ellas les gusta la música electrónica de Europa. Ahora está sonando Love To Hate You de Erasure.

—Cantas horrible —le dice Aaron a Agda, todavía con su mentón apoyado en el puño de su mano.

—No todos somos cantantes, pues. —Agda lo señala mientras me mira—. ¿Sabías que Aaron tiene una banda de rock en Suecia?

—Cállate.

—Cállame —le contesta ella, sacando la lengua—. I love to hate youuuu! —canta a todo pulmón, colocando las galletas en el horno.

Me río sutilmente, negando con la cabeza. Anne toma el brazo de Agda y comienzan a bailar de forma desordenada. Aaron tiene una sonrisa brillante en el rostro, entonces cruzamos miradas y él vuelve a estar serio. Siento una presión en el pecho.


*    *    *


Cuando las galletas se enfrían, guardamos la mitad para compartirlas en el desayuno. El resto nos las comemos mientras escogemos qué película ver.

—Veamos The breakfast club —propone Agda. Yo asiento; me encanta esa película.

—Esa película es de niñas —se queja Aaron.

—¿Te parece que somos hombres? —Anne le lanza una mirada asesina—. ¿Y a ti quién te llamó? Anda a tu cuarto.

Reprimo una risa. Los hermanos Larsson muestran su cariño a base de desprecio. O eso me gusta pensar.

Aaron murmura algo en sueco, a lo que Anne contesta:

—No puedes hablar sueco frente a Sara. Es grosero.

—Ustedes siempre hablan en sueco —dice, para luego bufar.

—Mamma! —llama Agda, siguiendo más gritos en sueco. Aunque no entiendo nada, sé que eso hacen los hermanos; quejarse con su madre. Yo hago lo mismo cuando me harto de María.

—¡¿Lo ven?! —reclama él.

—No hagan bulla, niños. Su abuela está durmiendo —avisa tía Magdalena.

En momentos de peleas verdaderas, yo escojo huir.

—Voy a cambiarme —aviso.

Mi pijama es solo un short y camiseta de tirantes a juego. Hace demasiado calor como para usar otra cosa. Cuando regreso, los tres están sentados en el mismo sofá, acurrucados a pesar de la temperatura. Sonrío; no pueden evitar estar juntos, aunque se odien.

Noto que hay un espacio en el extremo del sofá, al lado de Aaron. Me quedo parada sin saber qué hacer. No creo que él quiera estar a mi lado...

—Sara, solo siéntate —me dice él. Yo enrojezco, pero hago lo que me ordena.

La siguiente hora se pasa volando. Estamos viendo la película en inglés; yo entiendo todo porque las gemelas, desde que tengo memoria, me traían casetes de dibujos animados y películas en inglés, porque en Suecia no hay en español. Tía Magdalena le dijo a mi madre que me ponga los casetes todos los días hasta que aprenda inglés. A los ocho años entendía la mitad de lo que decían, y después mi mamá me inscribió en clases particulares, cuando tenía dinero. Estuve solo un año, porque no pudo pagar más. Pero resultó perfectamente, y ahora puedo entender el inglés como si nada. Es diferente tratar de hablarlo...

En algún punto de la película me quedo dormida, porque es demasiado tarde y mis ojos se estaban cerrando solos. Siento que alguien me mueve el hombro y parpadeo, confundida.

—Ya acabó la película, Sara.

Restriego mis ojos y asiento. A partir de ahí todo es un borrón. Sé que me levanto y de algún modo termino acostándome en la cama de una de las gemelas.

Más tarde, despierto por un ruido. Parece una puerta cerrándose, pero no tiene sentido; es de madrugada. De pronto me siento sedienta. Miro a mi alrededor, confundida, y recuerdo que no estoy en mi casa. Anne y Agda duermen en una cama, dejando una para mí sola. Deben ser más de la una. Bostezo, levantándome y caminando en dirección a la cocina. 

Puedo escuchar música a lo lejos; la fiesta de Piero, recuerdo. En el pasillo veo una silueta parada frente a la mampara de madera que da hacia la calle. Aaron. La luz del poste rebota en su cara; está mirando la calle vacía.

¿Qué tanto añora esa fiesta? Por dios.

—¿Qué hora es? —pregunto, con la boca seca.

Aaron voltea, sobresaltado.

—Sara.

—Perdón. —Cruzo mis brazos, apenada.

—Son las dos y media. ¿Qué haces despierta?

—Tenía sed. —Él asiente, pero está extrañamente nervioso, como si lo hubiera atrapado haciendo algo indebido.

Entonces escucho la voz más escalofriante de mis pesadillas.

—¡Brendha!

Fantasía en DelirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora