María y yo peleamos todos los días. Es una actividad que se ha vuelto rutina. Mamá dice que tengo que actuar como una hermana mayor, porque lo soy. Pero no importa cuánto intente, ella siempre me saca de mis casillas.
—Quítate mi blusa.
—No, ya me la puse.
Hoy María se va a la playa con Ariana y Carolina, sus mejores amigas. Ellas son hermanas y viven a una cuadra; yo la dejo salir a jugar solo cuando la madre de las niñas, la señora Karina, está en casa, pues ella las mira desde su ventana.
Me mantengo firme. —No me pediste permiso. Sácatela.
—Si te pedía permiso de todas formas no me la habrías prestado. Y no tengo una blusa para la playa.
—No sé, no es mi problema. Tú siempre arruinas mis blusas.
Esa blusa ni siquiera me gusta tanto. Es verde y se tiene que amarrar al cuello con unas tiras que hacen demasiada presión. Pero ese no es el punto. La última vez que le presté algo, lo devolvió con manchas de helado que ya no pude quitar. Eso fue hace una semana, así que mi cólera sigue intacta.
—No me la voy a quitar.
Decido que María es demasiado terca para hacerme caso, así que intento otro método. Escondo mi sonrisa.
—Bueno, no es mi culpa que tú te compres ropa tan fea que quieras robar la mía.
—Mi ropa está bien. Tu ropa parece de anciana.
—Pero prefieres mi ropa de anciana a tus blusas baratas. Quédate con mi blusa si quieres, de seguro es lo más bonito que vas a usar. Considéralo como un favor.
Veo el rostro arrugado de María y sé que di en el clavo.
—¡Ya no quiero tu tonta ropa!
¡Bingo!
María está a punto de irse a cambiar, cuando mi madre entra con una cesta de ropa sucia y la deja en el suelo.
—Ya no hay tiempo para cambiarse, hija. No le hagas caso a tu hermana. Anda, que te están esperando. —Y tan pronto como lo dice suena el claxon desde afuera.
La señora Karina tiene auto, por eso invitó a María a la playa. Como mi madre es amiga suya, le dio permiso. En cambio, para mí, las vacaciones no están siendo muy entretenidas; Carla se fue de viaje al pueblo de su madre por una semana. Así que estoy sola, aburrida...
—¡Mamá! —grito, frustrada. Todo iba tan bien...
—Cállate, ya no molestes a tu hermana. —Me da una mirada severa y de repente siento ganas de llorar. No es justo.
—¡Pero la va a destrozar!
—No la va a destrozar, porque si lo hace ya no va a salir a jugar al parque, ¿verdad, María?
—Uh... —María se descoloca por completo, ahora sí que está amenazada. A final termina asintiendo.
—Listo. Todo arreglado. No me hagan renegar en mi día libre, ¿si? —Le da un beso en la mejilla a María y baja con ella a despedirla.
Cuando mamá regresa, recoge la ropa y se va a la lavandería. Yo la sigo porque no tengo nada más que hacer. Entonces me dice:
—María no ensució tu blusa la semana pasada, fue la hija de Serena, de los Alimaña.
En realidad esa familia no se llama Alimaña (no sé su apellido verdadero), les dicen así porque los hermanos de Serena han estado en la cárcel alguna vez. Por eso son los Alimaña, como la canción de Héctor Lavoe.
—¿Yanina? ¿A la que le falta un diente?
Mamá asiente mientras restriega una camiseta en la tabla. —Esa niña es un diablillo, le dijo a tu hermana que era una creída por ponerse lazos en el cabello.
Me pongo roja del enojo al instante. —¡No es culpa de María que la mamá de Yanina no la peine! Yo la he visto con el cabello hecho un desastre.
Yo soy la que peina a María; me desespera verla jugar con el cabello alborotado y sudado, así que le hago una coleta y le pongo un lazo. Es más cómodo que juegue sin tener pelos en la cara. Y, bueno, el lazo no es necesario, pero le queda bonito.
—¿Y fuiste a hablar con su mamá?
—Yo fui, le toqué la puerta. Serena jura que su hija no hizo nada, que fue un accidente. Se enojó conmigo por hablar así de Yanina. Yo pensé «Listo, María no juega más con esa niña». Y es mejor así.
—¿Por qué no me contaste esto?
—Porque a María le da vergüenza. No quería que nadie más se enterara.
Uf. Ahora me siento mal por gritarle.
Regreso a mi habitación y allí contemplo la idea de hacerle panqueques para cuando regrese, en la noche. Las únicas veces que comí panqueques fue en casa de los Larsson, en mi infancia. En Suecia es mucho más común que aquí, pero ayer encontré una receta en la revista de cocina de mi madre. Supongo que puedo intentar.
* * *
Al día siguiente comemos los panqueques fríos que sobraron. María los recibió con gusto, pues las hermanas no deben pelearse por mucho tiempo, y siempre deben decirse la verdad. Es lo que mamá dice a menudo.
—¿Crees que este año vengan los Larsson? Ya no es tan peligroso como antes —dice María con un montón de panqueque en su boca. Ni siquiera me mira, está viendo la película de Peter Pan. María solo ve la televisión en el desayuno y antes de dormir, pues en otro momento le parece aburrido; ella quiere salir a jugar.
—No han dicho nada, entonces yo creo que no. —En la televisión Wendy intenta darle un beso a Peter Pan, pero Campanita le jala el cabello. Yo ruedo los ojos—. ¿Por qué no le meten un puñete a esa hada tan ridícula? Es una malcriada.
—Ya lo hago yo —dice ella, sonriendo—, tráeme el matamoscas.
Las dos nos partimos de risa y solo para seguir el chiste, golpeo suavemente la televisión con el matamoscas de la cocina.
María regresa a sus divagaciones muy pronto. —Quisiera que los Larsson vinieran este año. El verano sería más divertido.
—Si vienen este año, Aaron se quedaría en Suecia —digo, decidida. Pero es cierto, los veranos solo son divertidos cuando están con nosotras.
—¿Solo por su exnovia?
—Pues sí. Esas cosas no se olvidan tan rápido, ¿sabes? Si yo tuviera novio y termináramos, no querría verle la cara nunca más.
—Tú nunca has tenido novio, Sara. Creo que ni siquiera has dado un beso.
La amenazo con el matamoscas, pero ella solo se ríe.
De pequeña soñaba con que mi primer beso fuera Aaron. Recuerdo que me ponía mis mejores galas para ir a verlo, aunque él no me notara nunca. Me gustaba tanto que temía volverme loca, ¿y cómo no hacerlo, si cuando finalmente me miraba sus ojos se volvían tan suaves? Aaron tenía un no sé qué que hacía suspirar a cualquier chica; era callado, pero no tímido. Cuando se burlaba de las personas, se ponía serio, entonces me daba cuenta de la sonrisa que intentaba contener. He aprendido todos sus movimientos, su forma de arreglar sus rubios cabellos y las canciones que toca en su guitarra.
Pero ahora no sé nada de él. No sé cómo se ve su rostro ni las nuevas melodías que aprendió a tocar. Quisiera, con todas mis fuerzas, volver a verlo.
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Fantasía en Delirio
RomanceEs el verano de 1993 y Sara pasa sus días en casa, donde nunca sucede nada. Porque en la vida de sara no suele pasar mucho. Aunque antes no era así; antes ella estaba enamorada. Aaron, hijo de los Larsson, fue su primer flechazo. Él nunca le prestó...