Como las otras chicas

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—Aaron quiere que bajes.

Despego mis ojos de la televisión y observo a mi mamá, quien hace un minuto había bajado por los toques en la puerta. Estoy enojada porque despertó a mi mamá, que llegó a casa hace un par de horas. Debería estar descansando.

—Ya le dije que no.

—Pues yo ya le dije que sí. —La veo encogerse de hombros. Mis orejas enrojecen de la impotencia.

—¿Tú estás de acuerdo? —Por un momento olvido que no solo estamos las dos en la habitación—. Ni siquiera dejas que baje a esta hora, mamá.

—Sí, pero Aaron estará cuidándote. Yo no te dejaría estar sola ahí.

Ah, lo que me faltaba; mi mamá confiando en su ahijado, el fumador. ¡El mundo está de cabeza!

—¡Pero...! ¡¿Por qué?! —El tono de mi voz sugiere que me he quedado sin argumentos, pero no me importa.

—Yo qué sé, Sara.

—Seguro le diste pena —dice María.

—Nadie está hablando contigo, María.

—Pero yo quiero hablar.

—¿Y? Yo no te pregunté.

—¡Pero me dio la gana!

—¡Ya, niñas! —Mamá aplaude para dispersar la tensión.

—No quiero bajar —digo en un gemido.

—Yo te puedo acompañar —dice Carla.

—Tu mamá dijo que hoy tienes que ir a dormir a la casa de tu tía —le dice mamá, dando un bostezo—. Va a trabajar hasta las cinco de la mañana.

—¿Tengo que ir ahora? —gime Carla.

—Ahorita mismo, si ya son las diez.

Carla me da una mirada compasiva, pero yo me encojo de hombros. Entonces se levanta y comienza a ponerse los zapatos.

Mamá me vuelve a mirar. —Anda, hija, aunque sea por un ratito. Dale el gusto a Aaron para que deje de molestarte con eso.

Hago un puchero, rendida. Me cambio por algo más presentable, un vestido, y salgo de casa con una expresión amargada, o eso espero.

Lo siguiente que veo es a Isabel, y cómo no, mi furia se convierte en vergüenza. Ella lleva puesto un top negro y shorts apretados. Tiene el cabello cardado ligeramente. ¿Me veré yo igual a una niña de doce? Debí pensarlo dos veces antes de usar un vestido tan blanco que podría confundirse con mi primera comunión.
Ella, claro está, me ve también. Y antes de que alguien más me note, decide hablar:

—Aaron, llegó tu prima.

Él se voltea hacia mí, confundido. Entonces bufa.

—Sara no es mi prima.

—¡Ah, pero si prácticamente crecieron juntos!

Me quedo quieta, cada vez más convencida de regresar a mi habitación, donde María y Carla deben estar burlándose de mí. Sé que cuando regrese Carla ya se habrá ido a casa.

Aaron no se molesta en contestar. En cambio, levanta su mano y fuma del cigarrillo entre sus dedos. Yo sabía que él tenía esos malos hábitos, pero creí que sería lo suficientemente decente como para no hacerlo frente a mí. No mira a nadie en particular mientras suelta el humo, no me presta atención ni intenta conversar conmigo, así que me enfoco en los otros dos chicos que lo acompañan.

Logro reconocer solo a Piero y Marcos. Se ríen junto al otro muchacho y comparten una botella de Coca-Cola, aunque estoy segura que lo han mezclado con algo más. Me siento tan fuera de lugar, ignorada por todos, excepto por la única persona que quiero que lo haga.

Fantasía en DelirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora