Contra todo pronóstico, ganan Los gatos. No tengo ni idea de cómo sucedió, la mitad del tiempo veía a Piero lesionar a los Alimaña como si el verdadero juego fuera destrozar las piernas del otro equipo. Y, como en la vieja escuela, aquellas faltas se solucionaban con penales. Así que cada cinco diez minutos se hacía otro penal. Él empujaba, metía cabe, era un bruto. Aaron quería arrancarle la cabeza, y no solo en sentido figurado: tan pronto como empezó el medio tiempo, se le lanzó encima. Ninguno llegó a golpearse de verdad, porque sus primos los alejaban. Eso sí, se gritaron como locos. Piero escupió tentativamente cerca a los chimpunes de su primo. Aaron lo atacó de nuevo, bla, bla bla. Yo tenía demasiado calor como para bajar a ver la discusión, como había hecho la primera fila. Tampoco se iban a matar...
En algún punto Aaron alzó el brazo, en un movimiento fastidiado, y se dio la vuelta. Lo estaba viendo tomar agua (estaba viendo las gotas de agua derramándose en su cuello), cuando María me sacudió:
—¡Sara, la pancarta!
Ayer mi hermana y yo tardamos toda la tarde haciendo una pancarta para el partido. No se lo dije a Carla, porque sabía que se iba a burlar, pero la tengo guardada en la mochila, enrollada como un mapa. Es negra, obviamente, y tiene letras blancas pegadas que recortamos con dedicación. Pensé en ponerle un dibujo de un gatito negro, pero María dijo que se vería infantil. Me convenció, en cambio, de hacer la silueta de un puma en movimiento.
Dejé que María alzara la pancarta. Sé que dije que estaba emocionada, pero los ánimos bajan cuando tienes hambre. Solo prestaba atención a Carla, ese punto amarillo que iba de un lado a otro. Carla esquivaba los golpes como si tuviera ojos en la nuca. No había otro modo; si la golpeaban no se iba a poder levantar. De todos modos, Aaron siempre rondaba por su radio, atento. Los mejores pases eran de ellos, eso según el señor Isak.
Después Aaron hizo un gol y nos buscó en el público. Entonces señaló nuestra pancarta, divertido. Sus primos también celebraron la cartulina cuando la vieron en manos de María. Aaron estaba sonriente, después atacó a Piero con un gruñido, pero en realidad era un abrazo. Supongo que se amistaron, así, de la nada.
El partido terminó tres a uno. Bajamos a felicitar a los ganadores. Y mientras abrazaba a Carla y le daba un beso, sentí que Aaron me jalaba por la cintura. Me dio la vuelta, incluso con las quejas de Carla. También le planté un beso en la mejilla, porque estaba muy contenta. Solo ahí me soltó.
* * *
Tía Magdalena ha preparado todo para hacer una chuletada en su casa después del juego. Las puertas están abiertas y hay tanta gente que parece fiesta de bautizo. En la sala, en el comedor, en la cocina, en el patio. El señor Isak coloca su radio gigante y el casete de música variada, que consiste en salsa, cumbia, merengue y Eurodance.
Yo me encargo de repartir los platos, la bebida y las cremas. Hay gente bailando, niños jugando a las escondidas, adultos regañándolos por corretear cerca de las parrillas en el patio y hombres llegando con cajas de cerveza. No fuman porque a la señora Agatha le molesta el olor.
Aaron y sus primos salieron al balcón del segundo piso, por supuesto, con sus platos de comida. Cuando subo las escaleras, escucho sus risas a lo lejos. Yo solo vine por las servilletas de la cocina, así que camino sigilosamente...
—Aquí faltan chicas.
Los ignoro y me meto a la cocina.
—Tenemos al Chato, ¿no? Es lo mismo.
—Cállate, tarado.
—¿Que, quieres un besito, Chato?
—Te voy a reventar.
ESTÁS LEYENDO
Fantasía en Delirio
RomanceEs el verano de 1993 y Sara pasa sus días en casa, donde nunca sucede nada. Porque en la vida de sara no suele pasar mucho. Aunque antes no era así; antes ella estaba enamorada. Aaron, hijo de los Larsson, fue su primer flechazo. Él nunca le prestó...