Un suave despertar

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Despierto por el sonido de voces intentando ser silenciosas. Aún dormitando, intento soltar un quejido para que se callen, y entierro mi rostro en la almohada cálida debajo de mí. Me acomodo sobre ella, y aunque siento que está muy dura, no me molesto en abrir los ojos. 

—Ya despertaste a la niña.

För Guds kärlek, mamma....

—Háblame en español, carajo.

Reconozco la voz de Aaron resonando en su pecho. Su pecho, no una almohada. Y su mano en mi espalda, subiendo y bajando. Me incorporo de un salto. ¡Qué vergüenza!

—Perdón —logro decir entre mi pánico. Todavía no me veo casi nada, mis ojos están hinchados.

Entretanto, noto que él también luce somnoliento, pero sonríe. —Buenos días.

Entonces recuerdo cómo terminé así, y el resto llega de golpe. Mamá.

—¿Dónde está...? —Me levanto de la cama y busco mis zapatos—. ¿Dónde está mi mamá? ¿María?

—María está aquí, cariño. En la cama de Agda. —Tía Magdalena se mantiene serena, apoyada en el marco de la puerta.

Al voltear la encuentro dormida y encogida. Oh, mi pobre hermanita. Me acerco a ella para peinar su cabello entre caricias. —¿Dónde está mi mamá? —susurro.

—Está en la comisaría —me dice Aaron. Bosteza y restriega su rostro contra sus manos—. Lo está denunciando.

—Yo fui con ella y acabo de regresar. Ella llega en una hora, seguramente —dice mi tía—, mientras tanto, tienes que desayunar. Ven.

—¿Y las gemelas?

—Ellas están durmiendo en la habitación de Aaron, no te preocupes.

Y aunque asiento, estoy confundida. Mi madre nunca denunció a ese hombre, porque no quería tener que verlo más. Ella esperaba que desapareciera y nos dejara tranquilas. Cada que viene y hace un escándalo, mamá cree que será la última vez, pero nunca es así. ¿Por qué ahora es diferente?

Sigo pensando en eso cuando me sirven el desayuno. Estamos Aaron y yo, porque los demás ya comieron. Son más de las once de la mañana.

—¿No tienes hambre? —me pregunta, y es tan dedicado. Soy yo a quien presta atención; provoca estragos en mi pecho.

—No mucha —confieso. Mi madre, probablemente, se sintió avergonzada; los Larsson nunca habían visto esa escena. El barrio ya está familiarizado, pero no ellos, y la humillación siempre descubre el camino más rápido para llegar a la cólera. Esa cólera es diferente para mamá; no la habría sentido antes. Y es que a veces hace falta que alguien querido experimente tu sufrimiento a primera mano, porque solo así te verás a través de sus ojos y sentirás pena por ti mismo.

Lo que vivo no es normal, pienso ahora, que estoy mirando los ojos de Aaron.

—Come lo que puedas, pero come algo. —Mastica su propia tostada. Quisiera vivir en su mente, tan simple y relajada. Sin pensar en dinero u obligaciones. Vivir la alegría sin preguntarse cuándo volverá a llorar.

Pero es la suerte de cada uno, y no tiene caso renegar de ello. Ahora estoy bien; hay un techo sobre mi cabeza y una tostada en mi plato. Por eso estoy agradecida.

Además, siempre me ha gustado comer en la cocina, pues es más personal. En esta mesa solo caben las personas que necesitan estar aquí. El comedor es demasiado grande, mientras que la cocina silencia el ruido de la calle. Solo escucho a Aaron tomar café a mi lado. 

Está bien, puedo intentar comer un poco.

Aaron decide romper el silencio, por más acogedor que estaba siendo: —Las gemelas nos estaban grabando mientras dormíamos.

Fantasía en DelirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora