Bajo las escaleras con cuidado; el sol se puso y no puedo ver bien por dónde piso. La casa donde vivo es compartida, así que yo vivo en la segunda planta y un vecino que apenas sale ocupa la primera. No lo conocemos mucho, solo sé que cuando me acerco a su puerta siento un fuerte olor a cigarrillo.
Al salir, noto el contraste entre ayer y hoy. Esta noche la cuadra se siente vacía, no hay risas ni pelotas volando.
Me quedo estática cuando veo a Aaron; creo que está regresando de la casa de sus primos. Tiene la mirada en el suelo, y me pregunto qué pasará por su mente. De pronto quiero abrir la puerta y esconderme de él hasta que entre a su propia casa.
Yo tenía un discurso ensayado, en caso de que lo viera. Iba a decirle que no se preocupara, tan sonriente como soy... «Ah, lo de ayer fue una tontería, ya ni me acuerdo lo que dije». Pero ya no me siento tan valiente, no sé si pueda engañarlo. Entonces acudo a mi cara de poker.
—¡Sara!
Finjo que estoy sorda. Me quito la pequeña mochila y pretendo buscar algo dentro de ella. Oh, mira eso, desodorante.
¡Ah, es inútil! ¡Lo puedo escuchar acercarse a mí!
—Sara, ahí estás. —Siento su respiración agitada, creo que corrió hasta acá. Bien, levanto la cabeza de mala gana y lo veo por un segundo, luego la agacho de nuevo. Mirarlo a los ojos nunca es una buena idea.
—Aaron, hola. —Me coloco la mochilita de nuevo y camino de frente.
—Espera, Sara. Quiero hablar contigo un momento.
Niego con la cabeza. —No es necesario, Aaron. No te preocupes. —¿Qué más puedo hacer? Si él no me provoca, actúo dócil, como una polilla a la luz. Si me da razones, puedo gritarle su vida.
—¿Estás enojada?
—No —miento.
—Estás enojada. —Bufa cuando sigo caminando sin esperarlo—. Sara, no seas así.
—No me molestes, Aaron. No quiero discutir.
—¡Ya estamos discutiendo!
—Si nos quedamos callados, dejaremos de hacerlo —razono.
—Espera. —Me toma del brazo—. ¿Por qué yo siempre tengo que perseguirte? ¡Trata de ayudarme a entender!
—No hay nada que entender. Ayer te dije todo lo que quería decir. Ya no discutamos más, ¿si?
Aaron me observa durante unos segundos, tal vez buscando sinceridad en mis ojos. Está totalmente descolocado; no puede descifrarme. Finalmente me suelta y suspira:
—Carajo, Sara. Me estás volviendo loco.
—No digas groserías.
—¡Hace unos días te encantaba que yo diga groserías!
—Pues ya no. —Me encojo de hombros. Veo cómo su mandíbula se tensa.
—No se puede hablar contigo.
—Por lo menos yo estoy sobria cuando hablas conmigo —se me escapa. Aaron enrojece.
—Perdón, perdón. Si estás tan enojada por eso, te juro que no voy a volver a beber frente a ti. —Pero está irritado. Claro que lo está, él no entiende que los hombres borrachos me recuerdan a mi padre. Él no entiende que no puedo soportar verlo de esa forma.
Asiento, porque es lo mejor que voy a conseguir de él.
Suspira. Después de unos segundos habla:
—Está bien. No debí beber.
Me quedo en silencio.
—Yo estaba enojado porque Isabel apareció sin que nadie la invitara y no podía soportarla, te necesitaba a mi lado.
Isabel, Isabel, Isabel. Todo es ella, todo tiene que ver con ella.
—Si estás actuando así conmigo para darle celos a Isabel, te voy diciendo desde ahora que pares. No soy un juguete, ¿escuchas?
—Entre Isabel y yo no hay nada, por dios. ¿Por qué sigues hablando de eso?
—Porque ayer discutían como si fueran novios.
—Es mentira.
—Y todo lo que decían tenía que ver conmigo. Todo lo que decías era para ver cómo reaccionaba Isabel. Y al final, cuando me llevaste de la mano, solo era más de lo mismo. Por eso, Aaron.
Y tiene el descaro de verse ofendido. —No fue por eso. Yo quería estar contigo. Ella fue la que se metió, ¿entiendes?
—¿Y para qué querías estar conmigo?
—No empieces...
—Yo soy aburrida, ¿no? Dijiste que vivo como una abuela.
Cierra los ojos de la frustración y creo que vamos a volver a pelear, pero consigue controlarse, lo veo adoptar esa expresión seca que tenía en años pasados, cuando me trataba como una plaga. —Ya no importa. Vamos a casa.
Genial, Aaron está enojado conmigo. Pero yo no daré mi brazo a torcer. Quiero que se aleje, que volvamos a ser extraños. Temo que si sigue así, esto terminará muy mal.
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Fantasía en Delirio
RomansaEs el verano de 1993 y Sara pasa sus días en casa, donde nunca sucede nada. Porque en la vida de sara no suele pasar mucho. Aunque antes no era así; antes ella estaba enamorada. Aaron, hijo de los Larsson, fue su primer flechazo. Él nunca le prestó...