Manos en mi cintura

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Tía Magdalena llamó al teléfono de la casa hoy por la mañana, invitándonos a tomar desayuno con ellos. Trató de sonar casual: "¿Quieres venir a tomar desayuno?". Probablemente esperaba el grito de asombro de mi madre, pero ella la cortó de inmediato.

—Realmente los suecos no saben planear una sorpresa.

—¿Qué? ¿Cómo te enteraste?

—Hicieron un escándalo.

—Yo le dije a Isak que no tocara el claxon, pero él, terco, ¡terco! No me hizo caso. ¿Pero vas a venir?

Ahora estoy decidiendo qué ponerme. Siempre conservo ese temor de humillarme al usar mis mejores vestidos, como si estos desayunos fueran lo más elegante que me pasará jamás. Pero es lo más elegante que me pasa, por lo menos, actualmente. Recuerdo que Aaron y las gemelas aparecían en pijama, entonces yo enrojecía de vergüenza porque me había arreglado de más. Así, nunca sé cuál es el punto medio. No sé si lo hay, pero sé que no puedo aparecer el pijama; eso es algo reservado para los europeos.

Y si no es pijama, es vestido. Al fin y al cabo es la primera vez en dos años que volveré a ver a los Larsson; sus hijos pueden ir en cualquier trapo si quieren, yo usaré mi vestido de flores. Cómo no.

—¡Sara, si no sales en dos minutos, nos vamos sin ti! —grita mi mamá.

—¡Ya voy!

Me apresuro a peinar mi cabello como sea. Creo que hacerme un peinado es pasarse de la raya.

—¡¿Ya?!

—¡Deja que me cepille y nos vamos! —respondo.

Por fin salimos y cruzo la pista con el corazón en la boca. De pronto estoy nerviosa. Agarro el brazo de María solo para tener algo en donde apoyarme.

—¡Aaron! —exclama mi hermana, pero todavía estamos en la calle. Volteo solo para asegurarme.

María se burla de mí. No hay nadie.

Me suelto de su brazos y la empujo.

—¡Ay! —grita ella, pero se sigue riendo.

—Sara, no molestes a tu hermana.

Suspiro.

—Ni siquiera me importa si está Aaron o no —murmuro.

—Actúa con calma —me aconseja mamá—. No lo mires por mucho tiempo.

—Yo no hago eso —digo, pero estoy avergonzada.

Sé que es ingenuo de mi parte, pero todavía hay un pedazo de mí, si no es que es mi alma entera, que se muere por ver a Aaron. Y me pregunto también el desenlace de aquella trágica, trágica historia de amor que no fue. ¿Seguirá él pensando en Isabel? Dicen que la primera relación nunca se olvida. Yo no sabría de eso, de todos modos, si no me ladra ni un perro...

Si soy sincera, pienso en ese papelón de hace dos años como otra locura de Aaron, una fechoría más en toda su lista de hazañas. Como esa vez que se escapó de casa en la madrugada y regresó diez minutos después porque sus padres lo descubrieron tan pronto como salió; había dejado la puerta trasera abierta y Zach, su perro (que murió el año pasado), entró a ladrar en cada habitación.

Pero no le puedo reclamar mucho; es primo de los Quispe y aprendió de ellos todas sus mañas. Los Quispe son los bandidos del vecindario. Hace dos meses quisieron venderle un perfume robado a mi madre. Ella se rio en sus caras. Pero no nos hacen nada porque respetan mucho a mi madre como para asaltarla o hacernos algún daño. Y claro, supongo que Aaron tendrá algo que ver en eso.

Fantasía en DelirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora