Yo no hablo contigo

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Me he levantado con ánimos. Decidí introducirme a un nuevo estado mental. Si ayer logré mantener mis ojos secos, tal vez sea la señal de que todo estará bien. No me afecta tanto; las cosas siguen como hace dos años.

Y cuando Carla me confiesa que la noche en la que apareció mi padre ella vio salir a Isabel de la casa de los Larsson, me mantengo serena. Pienso que tiene sentido que él haya estado parado detrás de la mampara, mirando al exterior, porque la estaba viendo a ella salir. Cada vez me convenzo más de que van a volver a ser novios. Yo tengo que acostumbrarme a la idea.

—Pero no se besaron —aclara Carla, buscando alguna reacción en mis ojos. No encuentra nada de nada.

—¿Y tú qué hacías despierta a esa hora?

—Estaba esperando a mi mamá.

La madre de Carla trabaja como mesera en una discoteca, así que llega tarde a casa, o por la mañana. De igual manera Carla la espera, porque la angustia no se le quita a una hija.

Evito los libros románticos: estoy leyendo El retrato de Dorian Gray. Me parece que la forma de describir a Dorian es un poco obscena; es la forma en la que se sonroja, con ojos inocentes frente al mundo.

Me dispongo a leer el siguiente capítulo cuando María se acerca a mí con cautela, como si fuera a saltar en cualquier momento. Entonces cierro mi libro.

—¿Qué quieres?

—Ah... —Se queda parada. María no es una persona que consuela, ese no es su estilo—. ¿Estás triste?

—No, estoy enojada. Con Aaron.

Ella asiente, comprensiva. Después se sienta a mi lado y apoya su cabeza en mi hombro.

—Aaron es un poco tonto —dice tras unos segundos de silencio—. No me gusta cuando actúa así.

—Sí, pero ese es su problema, no dejes que eso te enoje a ti. —Le acaricio la cabeza—. Él no te ha hecho nada.

—No voy a dejar de hablarle, Sara.

—Bueno, yo solo decía...

—Okey. —Suspira—. Anne llamó hace un rato. Dice que te compró un vestido muy bonito.

—¿Para qué me compró un vestido? No me gusta estar dando lástima.

—Es para su cumpleaños, ¿recuerdas?

Lo recuerdo. Este sábado va a haber una fiesta por el cumpleaños número veintiuno de las gemelas. La temática es elegante, porque a ellas también les gusta tener una excusa para ser sofisticadas. Yo pensaba usar mi vestido rosa de siempre.

—¿Mi mamá les habrá pedido que me compraran un vestido?

—No, creo que solo estaban paseando por las tiendas y de casualidad vieron ese. A mí también me compraron uno, aunque sea por compromiso.

—María, las gemelas te quieren mucho. No harían algo así por compromiso.

Ella solo se encoge de hombros. María piensa que las gemelas no le tienen mucho aprecio, pero está bien, según dice, porque ella tampoco las quiere demasiado.

—Solo espero que sea un vestido holgado —agrega, levantándose—, porque no me gusta estar ajustada.

—¿A dónde vas?

—¡A la casa de la tía Magdalena! ¿Si no cuándo nos vamos a probar los vestidos?

—¿Ahora?

—Sí, dijeron que vayamos temprano.

Fantasía en DelirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora