Todavía recuerdo la primera vez que conocí a mi padre. Tenía cuatro años y esperaba a mi madre en la escuela. Un hombre delgado y de barba vino a recogerme. La maestra, naturalmente, no lo dejó. Él me llamó y me pidió que le dijera que era su padre. Yo no entendía nada.
¿Papá? Pensaba, yo no tengo papá.
Tenía tatuajes a lo largo de su brazo derecho, su camiseta negra estaba manchada y no parecía haber recibido un corte de cabello en mucho tiempo. En un momento intentó tomar mi mano y llevarme, pero grité. Grité tan fuerte que él me soltó. Nunca había gritado tan fuerte en mi vida y no lo he vuelto a hacer.
Mamá llegó cinco minutos después, yo la abracé con fuerza. Ella me cargó y, a pesar de todos los ruegos del hombre, pidió el teléfono de la escuela para llamar a mi abuelo y hacer que nos recoja. Mi abuelo llegó tan rápido como pudo y entramos en su auto. Yo nunca saque mi rostro del pecho de mi madre.
Ver a mi padre no me causó alegría en ningún momento. No pensar en él sí lo hacía. Mamá nunca quiso contarme por qué volvió a embarazarse de él después de todo lo que pasó. No sé cómo sucedió ni en qué momento. Yo quiero creer que fue solo un momento de debilidad; la otra posibilidad me da náuseas.
Ahora siento que mis manos hormiguean. Mis pies están fríos y respiro con dificultad.
—¡Brendha! ¡Abre la puerta! —El eco hace que los golpes en la puerta de mi casa suenen terroríficos, incluso estando al otro lado de la calle. Pero tengo que asomarme por la mampara de todos modos, no sé por qué lo hago; no podré controlar la situación solo porque me paré a mirar más cerca.
—¿Qué...? —Aaron comienza a caminar hacia la puerta, pero yo lo detengo.
—¡Brendha, dame a mis hijas!
Miro a Aaron, le pido ayuda en silencio. ¿Qué hago ahora? No puedo protegerlas, la idea de enfrentarme a él me da pánico. No puedo. No puedo.
Si Aaron no estaba seguro de que ese hombre fuera mi padre, por la mirada que le doy lo confirma.
—Está bien, Sara. No te asustes, estoy aquí. —Intento inhalar profundamente, pero no lo logro. Estoy tratando de calmarme, lo hago. Pero mis pulmones, ellos...
El ruido se hace cada vez más fuerte, no lo aguanto. Desesperada, tapo mis oídos. Quiero que se detenga, por favor. No sé cuándo empiezo a llorar, pero una vez que empiezo ya no logro controlarme. Si cierro los ojos lo suficientemente fuerte, podría desaparecer. Me convertiría en polvo de tanta tensión que contengo y no suelto.
Aaron toma el teléfono de casa y yo lo sigo porque no sé qué otra cosa hacer. Con su brazo libre me atrae hacia él. Yo me escondo en su hombro. Lloro. Lloro tan fuerte como mi pecho me ruega.
—Les va a hacer algo. Va a tumbar la puerta, Aaron, se va a meter. —Hablo demasiado rápido, no sé si me entiende, pero mi cuerpo no se permite detenerse a respirar.
—No se va a meter. Escúchame, Sara, no llores. No les va a pasar nada. —Susurra en mi oído, pues el temblor de mi cuerpo probablemente lo está asustando. El teléfono timbra, pero parece que nadie contesta. No quiero más ruido, ni policías, solo quiero que se vaya. Que deje a mi madre en paz, a mi hermanita. Necesito saber si está bien. Si estuviera con ella, podría ser fuerte, podría protegerla, pero ahora, ahora solo consigo llorar.
Escucho los pasos de más personas acercarse. Encienden la luz y hay muchas voces.
—¡¿Aaron?! ¡¿Qué pasa?! —Tía Magdalena debe estar asustada por mi llanto. Tengo que calmarme. Entonces contengo los sollozos, presiono mi boca contra la camiseta de Aaron. No sé a quién le entrega el teléfono, pero de repente sus dos brazos me aprietan contra él. Fuerte.
El señor Isak dice algo en sueco, agitado, y tía Magdalena le responde enojada. No entiendo nada. Escucho los gritos de mis vecinos. Aaron me lleva al sofá más cercano y hace que me siente sobre su regazo, no podría ser de otra forma; estoy aferrada a él.
—Ay, Sarita. —La señora Agata coloca su palma sobre mi hombro, pero yo no salgo de mi escondite—. Anne, tráele agua a la niña.
Alguien abre la puerta y mi cuerpo comienza a temblar, un nuevo sollozo sale de mí aunque intento contenerlo.
—Basta, Sara, tranquilízate —me dice Aaron, ahora con un tono autoritario. Yo asiento, pero sigo sin levantar mi cabeza—. Te estás haciendo daño así. Respira.
—¡Dame a mis hijas, maldita perra!
La señora Agata comienza a gritarle de regreso.
—Sara. Estás en mi casa, ¿quién se va a meter acá? —sigue diciendo, casi molesto—. ¿Crees que vamos a dejar que se te acerque? —Tiene la misma voz severa de mi madre, es como una bofetada a la realidad. Estoy acá y estoy bien.
—Toma, Sara. —Anne me obliga a incorporarme y me ofrece un vaso de agua. Yo lo acepto con manos temblorosas, y trato de beber, pero mi garganta se cierra.
—Respira profundo —dice Aaron.
—No pue...
—Respira profundo. —Está siendo más severo conmigo porque ha notado que funciona. Es más fácil para mí seguir una orden que intentar dominar mi mente. Por eso consigo respirar y mi garganta se libera. Puedo beber agua.
Agda termina una llamada telefónica. —Ya viene la policía.
—Igual no hace falta. Los hijos de La Piquichona ya salieron con sus palos —dice mi tía, riendo—. Ojalá que le den duro. Es lo que se gana.
Eso logra sacarme una sonrisa. Me seco las lágrimas.
—¿Él está borracho? —Me refiero a mi papá, pero no necesito decirlo en voz alta. No soy capaz de decirlo en voz alta.
—Eso parece —contesta ella—. No pienses en eso ahora. Agda, llévala al cuarto. Ya se terminó el escándalo.
Agda toma mi mano e intenta levantarme, pero el tan solo pensar irme sin Aaron me hace sentir náuseas de nuevo. Necesito que me ordene respirar, así como lo ha estado haciendo. Mi madre era la que, hasta ahora, cumplía ese papel, pero no está aquí y Aaron es el único que no tiene miedo de bañarme en agua fría si es necesario.
—Yo la llevo —le dice a su hermana. Sí, gracias.
Dejo el vaso en una mesita y permito que Aaron me acompañe al cuarto de las gemelas. Ahí dentro casi no se oye el escándalo. Tomo una respiración que sale desordenada y temblorosa. Bueno, todavía necesito calmarme.
La señora Agatha me trae agua de azar, cuyo efecto relaja mis músculos. Me echo en la cama y Aaron se sienta a mi lado, con su Game Boy.
—Duérmete —dice sin mirarme, está concentrado en su juego.
—No tengo sueño.
Él suspira y yo me siento terrible. ¿Estoy siendo una molestia?
—¿Quieres jugar? —sugiere.
Niego con la cabeza.
—¿Quieres mirar?
Ambos nos acomodamos hasta posar nuestras cabezas sobre una misma almohada, su hombro pinchando mi mejilla. Miro los cuadraditos moverse y siento sus músculos tensarse cuando está a punto de perder. Aaron baja el volumen, pero todavía puedo escuchar la música, repitiéndose una y otra vez. La luz de la consola cansa mis ojos en un cuarto de oscuridad y pronto termino dormida.
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Fantasía en Delirio
RomanceEs el verano de 1993 y Sara pasa sus días en casa, donde nunca sucede nada. Porque en la vida de sara no suele pasar mucho. Aunque antes no era así; antes ella estaba enamorada. Aaron, hijo de los Larsson, fue su primer flechazo. Él nunca le prestó...