Preámbulo

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Hasta ahora el romance unilateral que construí cuidadosamente estaba bajo llave. Tenía un collage resuelto con recuerdos rasgados por aquí y por allá. Ayer, sin embargo, desperté sin entender nada. ¿Y qué hago yo con el constante revoltijo de mi estómago?

La verdad es que hoy, por primera vez en mi vida, no sé con qué ojos me mira Aaron. La revelación no ha sido nada placentera. No quiero pensar en las posibilidades, o el siguiente paso. 

No hay ningún plan, claro, porque ese era el punto. Qué situación para más trágica. Y a Aaron se le va a pasar el gusto, por supuesto, pero yo, yo no puedo vivir sabiendo que el sueño de mi niñez podría ser correspondido y no poder hacer nada al respecto. Él se va cuando termina el verano, y con este también sus sentimientos. Aaron no ama a nadie, yo lo he visto. Yo miro, carajo. Ese es mi rol, no me pueden arrebatar del lugar donde estoy más cómoda.

Pero también me encuentro frente al espejo, roja hasta las orejas, preguntándome si él piensa que soy linda. Y acerco mi rostro al reflejo, contemplando semejantes ojos, negros, simples. Son como dos aceitunas las pupilas mías. Mi cabello disimula mis hombros, y si no fuera por mi cintura, yo creo que mis caderas no tendría nada de gracia. Soy flacucha, mis pechos son pequeños, no hay casi nada atrás. Mis labios no son grandes, mis muslos apenas se tocan entre sí (es por eso que la mitad de mi clóset son vestidos). Frente a Isabel, soy un alambre andante.

Pero él debe pensar que soy bonita. Sí, sí, mi cara es encantadora. Si le gusto debe ser por algo. Y mi cintura no está tan mal si es que tiene una manía con estar tocándola todo el tiempo. 

Es así que termino poniéndome mi vestido más ajustado en el torso, suelto en la falda, solo por si me topo con sus manos de nuevo.

Le gusto a Aaron, le gusto al chico más hermoso que haya visto en mi vida. ¿Le gusto? No sé cómo identificar si le gusto a alguien. En mi colegio somos puras mujeres, y realmente no salgo de casa, así que mi contacto con hombres es casi nulo. Nunca nadie se ha interesado en mí.

La escena de ayer se repite en mi cabeza. Ayer soñé que andábamos de la mano. Él me abrazaba. Nos escondimos en un callejón y, mirando para ambos lados, tan sigiloso como sabe serlo, me dio un beso al lado de mi ceja, donde tengo un lunar. Y luego bajó...

—Imagina que soy Aaron.

—¡¿Qué?! —Me volteo a ver a mi madre.

—¡Imagina que soy Aaron y baila conmigo! Apúrate.

Mamá ha movido todos los sillones de las sala, que son solo dos, para enseñarnos a bailar en pareja. No tenemos casetes con baladas, así que esperamos a que la estación de radio ponga música clásica.

—Mañana no se pueden quedar como palos —dice cuando me pongo frente a ella. Me toma de la cintura y sostiene mi mano—. Pon tu mano en mi hombro, ajá. Esto es lentito, porque la salsa es otra historia. Ustedes ya saben bailar salsa. Pero si las sacan a bailar un vals, no quiero que se queden paradas.

—¿Tú crees que Aaron me saque a bailar? —murmuro.

—Claro que te va a sacar. Y con un poco de suerte te da hasta un beso.

—¡Sara no puede besar a nadie porque es muy chica! —grita María de repente. Está furiosa.

Nos detenemos.

—No me alces la voz, María. —Mamá le da una mirada seria—. Te estoy avisando.

—Ya, mamá. —María bufa.

—Mamá nada. Ten cuidado que la próxima vez no respondo.

Mi hermana no dice nada, solo se levanta y se encierra en su cuarto.

—¡No azotes la puerta, caramba! ¡No me busques que me encuentras!

—¿Por qué está así? —le pregunto en silencio.

Mamá niega con la cabeza.

—A mí se me hace que también le gusta Aaron. Se puso celosa.

Oh.

—Pero él es como su hermano mayor...

—María ya creció. Ella ya sabe lo que le gusta. —Suspira—. Pobrecita, ya se le pasará.

Conozco ese suspiro; antes era para mí. La pena, la misericordia, la lástima. Es simpatía.

Nunca pensé que María pudiera sentir algo por Aaron, pero mientras más lo analizo, creo que tiene sentido. Si a mí me gusta, es muy probable que a María también, ¿no? Es cosa de hermanas. Nos criaron igual, tenemos los mismos intereses.

—Mamá, ¿quién te trajo ayer?

—¿Mhm?

Ladeó la cabeza. Está haciéndose la desentendida.

—Ayer llegaste en un carro. ¿Quién te trajo?

—Ah... —Regresa a la radio para cambiar de música—. Un amigo.

—En tu hospital no hay enfermeros hombres. ¿Es un médico? ¿Te trajo un médico?

—No, es de... ay, Sara. Es de la comisaría.

—¡¿Es policía?!

—Shh... cállate que tu hermana se va a volver loca.

—¿Es guapo?

—Es un policía que conocí en la comisaría la vez que... ya sabes. Me ofreció llevarme a mi casa cuando regresara tarde, por si el loco de tu padre me busca en el trabajo.

—¿Está suelto?

—Claro que está suelto. Por eso me pasó la vida yendo a la comisaría. Haciendo papeles, declarando. Estoy harta, hija.

—Pero él te ayuda.

—Sí, él es el único que me ayuda.

Le doy un beso en la mejilla.

—Sabes que yo puedo ir contigo si me necesitas.

—No, mi amor. No quiero que estés involucrada.

—¿Pero estás bien?

Me da una sonrisa suave.

—Estoy bien porque estoy con ustedes. Si me siento mal, les doy un abrazo y se me pasa.

Sonrío.

—¿Cómo se llama? ¿Es guapo?

—Se llama Héctor.

—¿Es guapo?

—Sí, carajo. Es guapo. Ya no me molestes.

—Soy curiosa.

—Vamos a bailar, cara de curiosa.

Fantasía en DelirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora