Rosita Fresita y Florentino Ariza

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012:

Le doy una vuelta a la cuchara dentro del Colacao y finalmente me rindo. Esto tampoco me va a entrar. Por más que lo haya preparado a mi gusto, se va a quedar —como el resto de las cosas que me cociné— trabado en la garganta.

Hoy por la mañana regresé del pueblo aquel al que fui. Manu y Sofi se disculparon conmigo por no haber podido asistir a la gala y les dije que en otro momento las vería. No indagaron mucho acerca del macizo que me sacó de la discoteca y lo agradecí, no estaba para dar explicaciones. Me volví en avión junto a Freddy porque ir junto a Macbeth era imposible ya que vomitó durante todo el trayecto. No hablé nada con Freddy hasta que bajé y me percaté de que Pablo no venía en el avión. Él respondió que su primo seguía enojado.

Fue entrar en el taxi en la ciudad para que la culpa me golpeara con su ola caliente.

Le quemé la mano a una persona, puede que no parezca un gesto para crear gran espaviento, pero analicemos lo que ronda a los acontecimientos. Pablo me sacó de una discoteca —contra mi voluntad—, evitó que consumiera drogas, me llevó hasta mi habitación, me bañó, acostó a dormir. Comprendo que se preocupe por mí, aunque yo no sea su problema. Otro me hubiese dejado tirada con Manu y Sofía a la buena de Dios. La peor parte es que, luego del quemazo, me defendió de una periodista de estas que son bien calificadas como sensacionalistas y que deseaba desplumarme.

¡La culpa me va a acabar por dentro!

Sumado a todo esto está el hecho de que desde que llegué llevo horas realizándome un escrutinio mental de mi pasado en el pueblo para ver si lo recuerdo. Martha Santamaría dijo que su pasado tenía secretos y cada vez que mis ojos se encuentran con los suyos siento esa calidez de mi infancia, como si en algún momento hubiésemos coincidido.

Nada.

No me llegó el más miserable de los recuerdos.

Incluso llamé a mi madre a los balnearios a los que se fue en España y después de mucho rato logré comunicar con ella. Cuando le pregunté por Pablo Echeverría me dijo que no hablaba con nadie de Ojeda hacía años, que no deseaba mantener vínculos con ninguno y que no recordaba a los Echeverría. No me fue de utilidad, probé a llamar a la yaya, pero casi no me dejó hablar durante el rato que estuvimos en línea porque me contó acerca de sus cosas y lo cierto es que me perdí escuchando sus historias.

Quiero, de verdad que quiero saber quién es, probé a buscarlo en Internet, pero solo me salían las cosas de sus libros y de su trabajo como redactor de La Vanguardia.

La culpa me ha llevado a hacer cosas inimaginables como lavarme la cabeza con champú con sal. Lo que provocó que pasara toda la tarde en una lucha encarnizada con mis rizos. Lo que más me aturde de todo es que la mano parecía dolerle bastante, sé lo que escuece eso.

Sin embargo, llegué a pensar que lo que más le encrespaba no era incineración, era como si en sus pupilas se reflejara una especie de decepción para/conmigo. No sé por qué me afecta tanto lo que piensa ni qué me pasa, pero la opción de ir a su casa a saber lo que le pasa se ve de lo más agradable. ¿Qué es lo más terrible que puede pasar?

•••

No creí que pudiera recordar una dirección que solo visité una vez hasta que el taxista me preguntó —luego de un largo escrutinio a todo mi cuerpo— a dónde me dirigía. Solo las mujeres comprendemos lo peligroso que es tomar un taxi solas a estas horas de la noche y por ello llevo conmigo un cuchillo jamonero que tuve a la mano en todo momento. Junto a él va mi kit de primeros auxilios, Pablo es hombre, las posibilidades de que se haya ido a urgencias a curarse son mínimas.

ConcupiscenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora