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En el siglo XIX, el pueblo de Ojeda tuvo lugar una guerra encarnizada que los enemigos atacaban a los paisanos dentro de sus propias casas, saqueaban las alacenas, robaban a los niños, violaban a las mujeres y mataban al ganado. Ese motivo fue el que hizo que los habitantes del lugar decidieran dormir con armas debajo de la cama y eso ayudó a evitar más víctimas. Fue una costumbre que se transmitió de generación en generación siglos después.
Por eso compré una pistola de esas pequeñitas apenas cobré mi primera paga y la metí ─al igual que mi Mica─ bajo la cama. En este segundo me arrepiento de no tenerla justo al alcance de mi mano para poder apuntar directamente a la cabeza de este desgraciado y demostrarle por qué en el pueblo de Ojeda todas las ratas desaparecieron cuando conseguí aquella escopeta de perdigones.
No le tengo miedo al tipo que tengo metido en mi cocina con mi azucarero en mano porque a los que son de su tipo son más fáciles de acabar.
─Ok, a lo mejor debo informarte que tengo una pistola en mi habitación ─comento e intento no exaltarme al verlo ponerle azúcar a su café─, ¿tienes algo que decir antes de que la busque y te vuelva el primer colador humano?
Pablo gruñe de forma baja con un sonido gutural y me desliza una taza de café que huele a gloria misma, pero que en este minuto puede ser utilizado en su contra.
─Venga mujer, no seas amargada ─susurra dándole un sorbo de café a su envase─, aunque me creo que tengas un arma bajo el colchón, todos los de Ojeda lo hacemos, es una tradición de cuando la guerra.
─¡¿Pero se puede saber cómo tienes tanto cinismo de venir a mi casa e irrumpirla?! ─Las patadas que doy en el suelo le dejan claro que estoy muy enojada.
¡¿Quién en su sano juicio sería capaz de profanar mi hogar mientras yo duermo?! Sin dudas solo alguien que tiene poca moral o que me quiere matar.
Sigo sin saber qué gana Macbeth fastidiándome de esta manera y lo cierto es que no me pienso quedar a descubrirlo. Hoy mismo iré a entrevistarme con Dante Marchetti para ver si ese hombre puede garantizarme paz en mi trabajo.
Pablo niega con la cabeza en lo que bordea la meseta y se apoya contra la cornisa de esta para verme cruzándose de brazos.─¡Te dije que no quería verte hasta el día de la venta del libro y ayer mandé el primer capítulo por el grupo de WhatsApp! ─Mis chillidos deben oírse en todo el edificio, pero para el poco ruido que hago una vez no hará diferencia─. ¡¿Cómo coño vas a entrar en un departamento que no es tuyo! ¡¿Quién te dio la llave?! ¡¿Quién te dijo que podías venir así sin más?! ¡¿En qué carajos pensabas cuando entraste?! ¡¿No fui clara ayer?!
Cada una de las interrogantes logra que mi cabello enredado baje por mis hombros. Este día ya no tiene buena pinta, primero me levanto tarde, ahora estoy en pie a medio vestir delante del gigoló. Un momento, yo estoy... a-a medio vest...
Antes de continuar con mis insultos llevo ambas manos a mi braguita para cubrirme. Este tipo no solo me vio desnuda en contextos sexual, sino que también me ve ahora. ¡Dios mío! ¡Yo en otra vida tuve que ser la peste negra para que me sucedan estas situaciones incómodas!
Los ojos de Pablo viajan de mi cara a mi zona intima en cuestión de segundos y una sonrisa burlona se le sale.
─¡No mires, puto pervertido! ─chillo, entrecruzando las piernas para dificultarle ver. Lo peor es que si tiro de mi camiseta mis pechos van a saltar por el escote.
─Calma, morena ─pide otra vez en mis pupilas─, ya te vi una vez desnudita y tuve mi cabeza entre tus piernas, no me molesta verte como te parieron. Eso sí, la epiladys2 no te vendría mal porque ya se te asoma la pelusilla entre las piernas.
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Concupiscencia
Literatura FemininaSi me vas a provocar, que sea con la perversa intención de complacerme. Olivia Castro, sabe que odia el sexo más que a nada en el mundo; le da tanto asco que con solo pensarlo su estómago se revuelve. Sin embargo, para alguien que vive de la litera...