Esto es el Chernóbil del enojo.

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027:

La luz de la mañana se mete en mi habitación sin exaltarme. Tampoco es que haya dormido mucho en las últimas nueve noches. Ya tengo el horario exacto en el que el sol se eleva en el cielo hasta tocar los vidrios de mi cuarto. Miro el techo pensando en que hoy es un día menos en esta miserable vida de mierda.

Nueve días con sus nueve noches pasaron desde que golpeé a mi hermana como siempre tuve ganas de hacerlo.

Nueve días con sus nueve noches pasaron desde que Pablo me contó quien era, desde que supe que todo era una artimaña para reírse de mí.

Nueve días con sus nueve noches llevo pensando en la manera de aliviar a mi corazón de tantos sentimientos.

Tengo encendidas todas luces de mi casa para ver si de esa manera alejo los demonios de mi mente. Nada sucede. Ellos siguen ahí, al asecho apenas me duermo. Todo regresa, aquellas pesadillas que tuve en la infancia, cuando despertaba llorando y ahogada en mi propio sudor. Antes, mi madre entraba corriendo al cuarto para abrazarme, pero ahora estaba sola y lo único que me calmaba era apretar mi almohada. Preferí no dormir para así no tener que tolerar esos sueños nefastos. Decisión que me pasó factura ayer mientras tomaba un baño, cerré mis ojos por una fracción de segundo y esos malos sueños regresaron, para cuando pude despertarme todo estaba lleno de agua. No lo sequé. No tenía deseos.

Me siento en la cama y accidentalmente golpeo una de las botellas del ron barato que compré ayer. Desgraciadamente, la licorera no tiene servicio a domicilio y la única salida que hice estos días fue a comprar ron y cigarros. Cuando me intoxico no pienso y cuando no pienso soy feliz.  Todo el que me ve por la calle se aparta, hasta yo me alejaría si pudiera porque hace nueve días que no me peino ni siquiera por casualidad. He perdido un poco de peso y mis jeras aumentaron hasta casi la mitad de mis mejillas. Prefiero obviar cómo me veo. Si parezco una drogadicta nadie se meterá conmigo, ni me verá. Hoy tengo que ir a por más ron, aunque puedo variar a whisky porque me he dado cuenta que me está costando emborracharme.

En este tiempo todo el mundo intentó contactar conmigo de una manera u otra. Manu y Sofi vinieron porque estaban preocupadas y Samuel les contó lo que había sucedido. No las dejé pasar. Sé que se quedaron varios días en la ciudad, pero a Sofi le salió un trabajo de último momento y se fueron prometiendo que vendrían ante la más mínima oportunidad. Samuel me visita a diario, llama a mi puerta, pero no lo dejo pasar porque prefiero que se mantenga alejado de esto. Ni siquiera sé cómo se enteró del asunto, aunque una clara idea me hago.

Mi madre supo lo que había sucedido con Olga e intentó comunicarse conmigo, de seguro para reprenderme —por el tono de sus once mensajes me pude dar cuenta de eso—. La ignoré de la misma manera que ella lo lleva haciendo por años. Prefiero sumirme en mi mierda sola, sin necesidad de que ninguna otra persona me intente hacer salir. De hecho, nada conseguirá sacarme del hoyo de miedos en el que estoy sumida.

Olga y Pablo —como era de esperar— ni siquiera intentaron contactar conmigo. Una parte de mí quería que él viniera con su carácter y me diera una explicación tan buena que me hiciera sentirme mal por haberlo juzgado sin escucharlo antes. Eso no pasó ni va a pasar. Ambos cabrones se divirtieron con mi dolor, estoy segura que deben estarse riendo de mí como dos niños pequeños y ciertamente me merezco que sea de esa manera. Soy muy fácil de engañar, no deberían tener ningún crédito por eso.

Me alzo de la cama advirtiendo que derramé un poco de algo pegajoso en el suelo ayer cuando estaba ebria. Ya lo limpiaré en otro momento, algún día, cuando la mierda de cubra. Tomando una goma para el cabello del suelo me recojo mi maraña rizada y avanzo a la cocina. Al menos hoy tengo un poco de hambre porque días anteriores tampoco es que estuviera comiendo mucho.

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