026:
Había una vez una niña que deseaba atrapar el arcoíris con una red de cazar mariposas. Ella corría por una llanura cerca del pequeño pueblo en el que había nacido y sus cabellos se batían por el viento. A la distancia sabía que se encontraban sus padres y su hermana mayor, por eso no tenía miedo a perderse, ni siquiera ventiló eso como una opción.
La niña corría tras el arcoíris agitando la red de un lado a otro, pero cada vez que pensaba que ya la tenía se daba cuenta de que aún seguía en el cielo por lo que continuaba en su carrera para alcanzarla. Finalmente descubrió cuál era el problema y por qué no lograba alcanzar lo que tanto deseaba: No era lo suficientemente alta para tocar el cielo. Fue entonces que, por primera vez, aquella niña se sintió una miniatura en conjunto a lo que le rodeaba. Ella no era la medida de todas las cosas, sino que estaba echa a la justa medida que el mundo quería.
Y por eso no podría alcanzar el arcoíris.
Supuso en aquel entonces, que Dios había sido sabio al colocarlo tan arriba en el cielo porque de no ser así, ella habría privado de una vista maravillosa a millones de personas que, tal vez, encontraban consuelo en los siete colores. No obstante, esa sensación de pequeñez no la abandonó por semanas, quizás meses. Su padre, preocupado al verla un poco triste decidió, un día que la niña estaba en el colegio pintar en su habitación un enorme arcoíris de pared a pared.
Cuando esa nena llegó de la escuela, su progenitor le comunicó que temprano en el mañana unos rayitos de sol se habían colado por la ventana y que ahora tenía lo que tanto había querido, que con solo saltar en la cama podría tocarlo las veces que quisiera. La niña se sintió feliz y abrazó a su padre con tanto amor que hasta la madre se unió al gesto de cariño.
Lo único que esa niña no sabía es que años después, muchos años después, aquella sensación de pequeñez iba a regresar a ella, pero esta vez no frente al arcoíris o el cielo, sino frente a un cúmulo de sentimientos que le son incapaces de dominar.
Sentada en la cama miro a Pablo moverse de un lugar a otro de la habitación con una extraña expresión facial. Yo no puedo moverme, ni siquiera soy capaz de articular una palabra. Toda mi vida creyendo que jamás estaría cerca de mi ángel de la guarda, que había sido esa persona que una vez llegó a mi vida para demostrarme lo que era sentirse cuidada y desapareció. Nadie supo de él, ni del sentimiento que en pocos minutos desencadenó en mí.
Mi ángel de la guarda fue, junto al secreto de mi Florentino Ariza, lo único que me dolió dejar atrás en Ojeda. Mi madre no quería que yo me fuera de ese lugar porque pensó que me deprimiría, pero la realidad es que yo agradecí salir de ese sitio del infierno. Florentino Ariza fue difícil de superar porque fue el único amigo con el que tenía un buen recuerdo, pero a mi ángel de la guarda jamás lo olvidé.
¡¿Cómo se espera que olvide a un hombre que salvó mi vida?!
Aquella noche todo era muy confuso para una niña de doce años que solo quería que su madre la abrazara y que su hermana apareciera. Nada de eso pasó. Mi madre trabajaba y mi hermana prefirió irse a abrir de piernas que cuidarme. Entonces él apareció, me jaló del brazo y me puso contra su pecho hasta que esos sujetos se cansaron de buscarme. Sé que no se quedó toda la noche ahí, pero estuvo cuando más lo necesité y lo valoro mucho.
Siempre pensé en lo que le diría si o llegaba a tener frente a mí. Le iba a dar las gracias por protegerme, iba a compartir con él todo lo que tengo y lloraría tanto que mis mejillas se iban a poder exprimir. Imaginaba noche tras noches millones de escenarios en los que me lo reencontraría y todos eran más románticos que el anterior. Nunca se lo confesé a nadie, pero la mayoría de mis historias lo tienen en mente a él como mi hombre ideal. No me enamoré por su físico, sino por ese gesto que sé que muchos pudieron hacer y no hicieron.
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Concupiscencia
Chick-LitSi me vas a provocar, que sea con la perversa intención de complacerme. Olivia Castro, sabe que odia el sexo más que a nada en el mundo; le da tanto asco que con solo pensarlo su estómago se revuelve. Sin embargo, para alguien que vive de la litera...