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Seungmin

Sentí una fuerte punzada en los párpados. La cabeza me daba vueltas y tenía una sensación de vértigo espantosa. Parecía que volvía a caer por aquel acantilado. Me esforcé en abrir los ojos y me removí inquieto hasta que por fin vi los débiles destellos de luz que entraban por las rejillas de la persiana. Estaba amaneciendo.

Tomé aire y volví a abrir los ojos. Los puntitos de color ya eran menos llamativos. Alcancé el despertador digital que había en la mesita. En cuanto lo tuve en mi mano, volví a estampar la mejilla contra la almohada. Humedecí mis labios y tragué saliva antes de bostezar.

«06.09», marcaban aquellas luces azuladas.

—Mierda… —musité antes de volver a dejarlo sobre la mesita.

Me incorporé en la cama y miré a mi alrededor mientras estabilizaba mi cabeza. Estaba claro que aquella era la habitación de Lucas.

Me levanté despacio y caminé hasta el balcón. Retiré la cortina y abrí la ventana dejando que entrara la brisa fresca. Temblé, pero no estaba seguro si por el frío o por la imagen de minho sentado en la arena contemplando el mar.

Me alejé del balcón y me escondí tras la cortina. Mi corazón se había acelerado, sabía que podía ser un buen momento para hablar con él, pero solo de pensarlo me ponía tensó.

Respiré hondo (sin lograr calmarme) y decidí que lo mejor era bajar y aclarar ciertas cosas. Todos dormían y podríamos estar solos.

Mientras bajaba las escaleras, descubrí a Yeonjun durmiendo sobre el pecho de Beomgyu, y a Lucas durmiendo sobre las piernas de changbin. Era la oportunidad perfecta para una foto, pero tenía que dejarlo para otro momento si no quería despertarlos.

Salí al porche por la cocina y caminé hacia minho cruzando mis brazos sobre el pecho. Hacía más viento del que esperaba.

No se dio cuenta de mi presencia hasta que me senté a su lado. Me miró sorprendido y serio, pero pude ver en sus ojos que le confortaba que estuviera allí.

—Hola —musité.

—Hola —dijo sin quitarme los ojos de encima—. Deberías estar durmiendo, aún es temprano.

Me esquivó volviendo a mirar al mar.

—¿Desde cuándo estás tú aquí? Por tus ojos, creo que varias horas. —Dibujé una sonrisa contenida.

—No podía dormir.

—A mí me ha despertado este dolor de cabeza. —Apoyé mi cabeza en las rodillas antes de sentir los dedos de minho rozar mi nuca.

Me estremecí.

No quería que los retirara. No lo hizo.

—¿Te duele?

—Apenas.

Tragó saliva y deslizó su mano por mi cuello antes de retirarla. Resopló y apretó la mandíbula. Lo notaba raro, como si estuviera agobiado.

—Gracias por… salvarme… otra vez. —No sabía cómo decírselo exactamente.

Recordé aquel día en el colegio, cuando estuve a punto de caer desde un tercer piso y él lo evitó agarrándome con fuerza.

—Te dije que no te acercaras a ella. Mira lo que podrías haberte evitado.

—No esperaba vivir la misma situación dos veces —mascullé mirándole fijamente.

Se levantó de un salto, sacudió sus pantalones y se disponía a marcharse, pero me interpuse en su camino. Le puse una mano en el pecho, gesto que no le hizo ninguna gracia, y lo miré.

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