19

84 12 18
                                    

Minho

-Bien, ¿estás listo? -pregunté mientras me deleitaba mirando lo bien que le quedaba estar al volante de aquel Lamborghini Murciélago del circuito.

-Siempre.

La forma que tuvo de mover los labios para decir eso me hizo sentir nervioso.

Aceleró con maestría y salimos disparados por la pista antes de toparnos con la primera curva. Giró con estilo, poniendo en práctica lo que le había enseñado. Aún le quedaba relajarse al volante, pero lo hacía estupendamente bien para tener tan poca experiencia.

-¡Esto es increíble! -exclamó antes de detener el Lamborghini-. La próxima vez, lo haré con el Bugatti.

-Ni de chiste. Ese coche vale más de un millón de dólares.

-Te compraré otro si le sucede algo.

-No, no. Le tengo cariño a ese.

Seungmin se rió mientras bajaba del vehículo. Se colocó bien el uniforme y caminó hacia mí mientras Roberto, el dueño del circuito, recogía su joya amarilla. Le había pagado tres veces los ingresos de un día para que lo cerrara para nosotros. Por supuesto, no puso pegas. ¿Quién se las pondría a treinta mil dólares?.

Lo había llevado allí por puro placer. Sabía que le encantaría y quería compartir otra de mis pasiones con el. En algún momento tocaría el fútbol, aunque dudaba que triunfara tanto con eso.

Me puse detrás de el para rodearle su cintura mientras caminábamos.

-¿Qué quieres hacer ahora? -le pregunté mientras besaba su cuello.

-Tenemos que volver. Son casi las tres y no llegaremos a tiempo.

Gemí negándome. No quería desprenderme de su aroma, no quería ver cómo se marchaba con Hyunjin.

-No quiero volver -mascullé a la vez que el echaba la cabeza hacia atrás.

-Yo tampoco.

Pero volvimos.

Los alumnos ya estaban saliendo del edificio, pero, por suerte, Hyunjin aún no había llegado. Disponía de unos minutos más para estar con el.

Dejé el coche lo más escondido posible y me giré en el asiento hacia el. Vi en sus ojos que había descubierto lo que pensaba.

Seungmin

-¿Quieres besarme? -pregunté temeroso.

Minho movió sus labios en una sonrisa casi invisible.

-¿Por qué me preguntas eso?

-Solo contesta, por favor -dije con un hilo de voz sin apartar la vista de sus ojos. Ahora refulgían más que nunca.

-Sí... -susurró.

-¿Y por qué no lo haces? -Me acerqué.

-Porque no me lo has pedido. -Miró mis labios. Parecía que les estaba hablando a ellos.

-¿Te lo pidieron... las... demás?

Se me escapó. No sé si estuvo bien preguntar aquello, pero la incertidumbre desapareció en cuanto escuché las palabras de Minho.

-Las demás no me importaban. No había necesidad de preguntarles. -Si ya no me quedaban claros sus sentimientos hacia mí, es porque era imbécil.

Tragué saliva y cerré los ojos. No tardé en sentir sus dedos paseando por mi mejilla. Estaba ahí, e iba a besarme.

Pero la maldita canción de mi móvil rompió el embrujo. Nos miramos.

Ambos sabíamos quién era.

Después de una agotadora, pesada y chismosa sesión de belleza, fuimos (para mi desgracia) a comer a un restaurante.

 Mírame Donde viven las historias. Descúbrelo ahora