Yo vi la noche en que Troya cayó.
Anteayer el exceso de belleza
cubría de metal la sutileza
que el retoño del cisne desdeñó.
La manzana encarnada condenó
a Alejandro a juzgar con ligereza
que prefiere fundir naturaleza
a labrar el baldío que violó.
Yo vi a Menelao entre los muertos
volviéndose a prendar de la hermosura
que exhalaba la dádiva de Esparta.
Y hoy siguen coleando desconciertos
por la misma matriz, siempre madura:
la vulva donde Cloto nos ensarta.
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