XXIII. Eclipse

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Perspectiva de Neteyam.

Todo el mundo estaba en silencio. La Tsahìk bajó de su ilu desesperadamente, nadando con prisa hacia el cuerpo inmóvil de su hermana espiritual. Pero ya no había nada que pudiera hacerlos nadar otra vez, ni a ella, ni a su bebé. Sus gritos desgarradores resonaron en nuestros oídos, y poco después estábamos todos reunidos cerca del muelle, escuchando sus palabras.

- Mi hermana espiritual, y su bebé, fueron asesinados por las personas del cielo. - dijo ella, con ira en su voz.

Luego, habló el Olo'Eyktan.

- ¡Esta guerra ya llegó a nosotros! Sabíamos de la caza de nuestro pueblo tulkun, pero estaba en el horizonte, muy distante. ¡Ahora está aquí!

Y los metkayina, sobre todo esos que eran guerreros, se envalentonaron con furia y tomaron sus armas. Yo pedí que escucharan las palabras de mi padre, pero contener el ánimo de los na'vi del mar era difícil. De nuevo empecé a preocuparme. Sabía lo que vendría a continuación, si el pueblo decidía atacar a las personas del cielo. Por muy valientes y aguerridos que fueran, iban a acabar con todos ellos. Temía por Ao'nung. Sabía que él iba a querer ir a la par de su padre, que no tenía miedo, y no sentirlo, aunque fuera sólo un poco, era peligroso.

- Díganles a sus tulkun que se vayan. - dijo mi padre, que todavía trataba de hacerlos entrar en razón. - ¡Díganles que se vayan lejos de aquí!

- ¿Qué? - lo interpeló la Tsahìk, adelantándose hacia él. - ¡Vives entre nosotros, y no has entendido nada!

- ¡Lucharemos, para proteger a nuestros hermanos y hermanas! - le secundó uno de los guerreros, volviendo a agitar a la multitud.

- Cálmense, ¡escuchen a mi padre! - intentaba hablarles, pero los metkayina ya no estaban escuchando. Ellos querían pelear, y nadie podía culparlos por eso. Cualquiera que estuviera en su situación, querría lo mismo en ese momento: Que las personas del cielo se fueran a su planeta, y se llevaran consigo toda la matanza y destrucción que habían traído con ellos desde que llegaron.

Pero mi familia y yo, conocíamos mejor que nadie las consecuencias que trajo encomendarnos a esa misión.

- Díganles a los tulkun - dijo mi padre, después de que los metkayina guardaran silencio, cuando me hubo quitado una lanza parpadeante de la mano para alzarla por sobre la multitud. - Que si les disparan uno de estos, es una marca de muerte. Llámenme y yo lo silenciaré.

Entonces, el Olo'Eyktan y la Tsahìk dieron la orden de ir a avisarles a los tulkun. Los guerreros se apresuraron en ir a tomar los ilu para adentrarse en el mar, y entonces noté que Lo'ak también se acercaba al muelle. Lo alcancé, y apenas él me vio, se detuvo por un instante.

- Tenemos que dejar tu trasero skawng aquí. - le dije, cuando ya nos habíamos puesto a conversar.

- Él está solo - me respondió él, refiriéndose a Payakan. - Solamente yo puedo advertirle.

- Bro. - le hablé, acercándome a él y poniendo una mano en su cabeza con el cariño de un hermano mayor, o al menos eso pensé. - ¿Por qué todo tiene que ser tan difícil contigo?

Él me apartó la mano con brusquedad, y me increpó con la mirada.

- No. Te preguntas por qué no soy el hijo perfecto como tú. - suspiré, algo sorprendido, pero no pude evitar sentirme inmediatamente molesto por su comentario, así que me aparté de él mientras aún no terminaba de hablar. - ¿El soldadito perfecto? ¡Pues no soy tú! ¿Okey? - la voz se le empezó a quebrar cuando yo me acerqué a él, tragándome mis palabras y mordiendo mi labio por la rabia, mientras él retrocedió un poco. - No soy tú. Él es mi hermano. - continuó, apuntando hacia el mar. - ¡Claro que voy a ir!

Aunque Me Queme [AonuNete] {EN CORRECCIÓN}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora