『20: Bestia』

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No pidas rosas si no soportas las espinas, y no juegues con fuego si no soportas el calor.

No pidas rosas si no soportas las espinas, y no juegues con fuego si no soportas el calor

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Días después.

Estación de Policía. Nevada, Estados Unidos.

La sucia y agrietada pared de aquella celda estaba siendo golpeada constantemente con una pequeña pelota anti estrés de color rojo desgastado.
El rebote del juguete golpeando el mármol comenzaba a molestar a la rubia en la celda situada justo enfrente.

–Para con eso, idiota– gruñe la joven con acento argentino, al mismo se levanta de la cama y camina hasta llegar a los barrotes –Ey, te estoy hablando.

El chico ignora completamente sus palabras y continua en silencio con su pequeño entretenimiento.

–Voy a llamar a un guardia para que te quite eso. Hablo enserio.

Alan atrapa la pelota con su mano derecha y sonríe.

–Por favor hazlo. Este lugar está comenzando a aburrirme, y no es bueno que yo esté aburrido.

La chica se apoya entre el acero para observar con curiosidad al insolente que le estaba hablando y llevaba encerrado dos días moviéndose de aquí hacia allá.

–¿Por qué estás aquí?

–Ojalá lo supiera– resopla mirando el techo –Espero que haya sido algo grave...Aunque qué se puede esperar de un blandengue como Killian– susurra.

Dicho eso suelta una carcajada retorcida.
La blanca sonrisa perversa del peliblanco recostado hipnotiza a Angela.
Su aura grita que es un chico malo y a su vez tiene un magnetismo que la invita a continuar conversando con él.

–¿Te olvidaste cómo terminaste en prisión? Seguro estabas borracho.

–Mi condición no se justifica con alcohol– responde simple –Aunque admito que si me gustaría tomar un trago en este momento.

–Yo también– suspira ella –Era justo lo que quería hacer cuando lograra robar esa joyería– hace una pausa y cierra los ojos imaginando –Mmmh...Tomar una copa de vino en la terraza de un hotel, bajo el hermoso atardecer italiano...

Alan rueda los ojos al arrepentirse de haber comenzado la charla.
Los minutos pasaban y ella no se callaba, entusiasmada con detallar sus metas a realizar cuando se convirtiera en millonaria a base de estafas.

–Por cierto, me llamo Angela pero me puedes decir Angie– extiende su brazo por entre medio de los barrotes, a pesar que la distancia no les permitiría estrechar sus manos. Al asomarse puede visualizar mejor el rostro de Alan, algo que la hace fruncir el ceño –Oye ¿te conozco? Tu cara me parece conocida.

Capricho (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora