RDA┋24

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¿Ya tienen listos los pañuelos?


Capítulo veinticuatro.

[Liberosis: El deseo de que las cosas y situaciones nos importen menos].

• L E N A Y •

Tres semanas después.

Cerys tenía una teoría sobre el regreso a clases.

Ella defendía la idea de que la primera semana carecía de importancia, por lo cual consideraba innecesario asistir. Erin y Lenay trataron de refutarla, pero Dashiell no dudó en liderar una iniciativa para ponerla en práctica y estar más tiempo con su novia. Zed, por su parte, solo necesitó una mirada de advertencia de su cuñada para apoyarla. Así que, durante los primeros cuatro días, Lenay fue la única de sus amigos que asistió a Sheridan. Al final, Erin se dejó persuadir, aunque no por Cerys, sino por una saga de libros románticos de época que se rehusaba a soltar, tanto de sus manos como de sus conversaciones.

Recién era medio día, pero el chat que ambas compartían transmitía la sensación de haber vivido múltiples estaciones. Erin mantenía a Lenay atenta a cada interacción entre los protagonistas, sin importar cuán minúsculas pudieran ser. Le gustaba capturar los gestos más sutiles y desentrañar el ruido oculto de las conversaciones silenciosas con ella.

Lenay todavía podía remontarse a la primera de ellas: la memoria muscular.

—Creo que trasciende lo físico —le había dicho Lenay—. El cuerpo también recuerda a las personas que amaste, y la manera en la que te desenvolvías a su alrededor. A veces solo basta una inclinación para percibirlo. Tu cuerpo las busca, aunque tu corazón se niegue o las haya dejado atrás. Es difícil olvidar un lenguaje compartido.

—De ser así, entonces la persona permanece con nosotros aun cuando se va—señaló Erin.

«Las personas se van de nuestras vidas, pero las huellas de su existencia permanecen en nosotros», concordó Lenay en sus pensamientos, aunque en ese entonces no supo si interpretarlo como algo bueno.

Lenay miró su reloj de mano.

La última clase que tenía pendiente era Ciencias Políticas. Aún no conocía al docente, pero había escuchado una infinidad de elogios sobre su enseñanza y su elocuente personalidad, lo cual la tranquilizaba. Tenerlo durante dos horas seguidas cada jueves y viernes no iba a representar un problema como en un principio creyó.

Entusiasmada, giró hacia uno de los pasillos exteriores, aunque apenas los rayos del sol destellaron en sus pupilas, una punzada de dolor en su cabeza la obligó a detenerse para recuperar el equilibrio. Lenay parpadeó reiteradas veces, e incluso se talló ambos ojos, pero su visión se volvió borrosa y las luces distantes parecían pequeñas luciérnagas en el alba que se alejaban entre los árboles. Sin embargo, no se alarmó. Tomó una profunda y calmada respiración hasta que lo consiguió.

Estaba acostumbrada a tener mareos, tanto por la escasez de sueño como por la falta de apetito, e incluso por los excesos de ambos cuando no encontraba un equilibro. De alguna forma u otra, siempre se desestabilizaba al entrar a una nueva etapa de la vida.

Cuando Lenay acudió a la enfermería del instituto, se encontró con Astrid Grayson, quien estaba sentada tras el escritorio en lugar de los asientos destinados para los alumnos. Antes de animarse a dar un paso o siquiera respirar, la observó llena de indecisión. A pesar del reducido espacio, el ambiente poseía una abrumadora sensación de lejanía.

Residuos de Amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora