Capítulo dieciséis.
[καλοψία (del griego antiguo): la ilusión de creer que algo es más bello de lo que realmente es].
• N I C L A S •
Niclas Keller nunca fue una persona de rutinas, siempre encontró aborrecible la monotonía que albergaba tal acción. Tener que seguir un mismo patrón una y otra vez dadas las restricciones que él mismo se imponía, junto con las de su alrededor, no era algo que lo hiciera sentir bien, en especial ahora que la sensación de estar encadenado bajo tierra, en una agrietada lápida que desconocía la existencia de las rosas, formaba parte de su día. Él no necesitaba agregar algo más que le quitara la poca libertad que le quedaba.
Aun así, hace dos semanas, comenzó a llevar una rutina sin darse cuenta.
Desde el momento en el que su auto se acercaba a Sheridan, Niclas bajaba el volumen de su música hasta el número cuatro, no más, no menos; el cuatro aparecía y sus dedos abandonaban la radio para acomodar el espejo retrovisor. Estacionaba el auto lo más lejos posible, tratando de recolectar el tiempo justo, y ahí permanecía hasta que el último segundo de la hora hacía clic en su reloj de mano. Apagaba el motor, y comenzaba a tararear la última canción que sus oídos escucharon mientras caminaba hacia la entrada.
No por gusto, la razón de su inercia mañanera seguía bajo el nombre de su antigua pareja. Niclas estaba harto de ver por los pasillos a la chica que alguna vez sostuvo su corazón con su reemplazado al lado. Para él no existía mayor tortura que observar como ella sonreía y lo miraba como si el sol por primera vez dejara que lo contemplaran, justo como él adoraba que los ojos de ella lo capturaran.
Era una simple acción, tan solo un inocente intercambio de miradas que pasaba desapercibido para cualquiera, pero no para Niclas.
Existía algo sumamente poderoso y mágico en la manera en la que dos personas enamoradas se miraban, como las intenciones y los deseos alumbraban sus iris en un destello lleno de ternura y pasión. Todas las palabras y acciones quedaban reducidas ante aquel dulce gesto. No había nada que decir y tampoco era necesario, los miedos e inseguridades desaparecían en ese momento y el mundo a su alrededor se reducía a cenizas, y las únicas personas que importaban eran ellos dos, sólo ellos dos.
Niclas quería vomitar cada vez que lo pensaba.
Pero ya lo había hecho tantas veces por la ansiedad, que su garganta comenzaba a arder más de lo normal, dejándolo sin otra alternativa más que evadirlos. Así que cuando por fin entraba, los pasillos estaban vacíos, y él podía librarse de todas las pesadas sensaciones que lo sofocaban.
Niclas suspiró una vez más al abrir su casillero, y tomó los libros que necesitaría a lo largo del día. No quería regresar a ese pasillo, para él estaba prohibido, al igual que el comedor, la enfermería, la biblioteca y cualquier otro sitio donde los alumnos tuvieran acceso completo. Fue una verdadera suerte que las áreas de Sheridan estuvieran acomodadas por grado escolar, y que la edad los diferenciara.
—No te olvides de cerrar la puerta cuando decidas entrar —le pidió su maestro de Etimología al advertir su semblante dudoso.
Niclas se tambaleó sobre sus pies antes de hacer lo que se le pidió. No era una asignatura que le disgustara o a la cual fuese indiferente. De hecho, en el pasado, pudo ser una de sus preferidas. Muchas de sus palabras favoritas provenían de haber estado todos los jueves del año pasado sumergido en sus libros. Pero en ese instante, sus pasos se sentían inertes al ver que tenía que compartir una hora con su reemplazo.
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Residuos de Amor.
Roman pour Adolescents«Mi amor por ti se quedó atrapado en el tiempo, entre las estrellas fugaces que nunca te pude dedicar, en los museos en los que no tomé tu mano, y en los sueños que no se hicieron realidad».