023

12 2 0
                                    

—¿Podemos hablar?— preguntó Alan a Clarís.

—¿Sobre qué?— la chica lo miró.
—Vamos a caminar.

—Claro— la chica sonrió y caminó junto a él. Después de un rato lo miró —¿De que querías hablarme? 

El chico la miró —He— tragó saliva antes de hablar —Yo— esperó un segundo —Clarís, me gustas— soltó.

Clarís lo miró y se ruborizó —¿Qué?— cuestionó, ya que quedaba claro que ella ahora era un anormal, que estar con ella significaba peligro, que ella misma no sabía lo que era en verdad y que una relación entre ella y alguien más solo era algo que no podía suceder.

—Solo escucha— Alan la tomó de las manos y la miró directo a los ojos —conozco lo que eres, sé que tienes miedo, pero no deberías, yo no te he visto y no te veré nunca como un monstruo— sonrió —Solo déjame amarte y cuidarte por el resto de nuestras vidas.

—Sabes que no puedo corresponder tus sentimientos— desvió la mirada.

Alan tomó su mentón y la hizo volver a mirarlo —Me gustas, por eso quiero decirte que no importa qué cosas se pongan en nuestro camino, te amo y no dejaré de hacerlo nunca.

—Basta— se soltó de su agarre y antes de que pudiera huir, aquel chico le dio un beso, el primero que regalaba a alguien.

El beso fue correspondido. Clarís no podía negar sus sentimientos, ella deseaba tenerlo y amarlo, ella quería ser amada por él.

(…)

La confesión dio fruto a una relación. Misma que conllevó a un matrimonio y fruto de su amor hubo dos bebés, uno con tres años de diferencia del otro.

El mayor llamado Alan, como su padre, y el menor Ben.

La vida en esa linda familia prosperó para bien. Descubrieron que los pequeños habían heredado los genes de su madre, por ello, tenían que ser alimentados con carne animal.

Y así, pasaron casi cinco años. Los niños permanecían en la mansión en la que vivían, junto a su madre, padre y tíos. Hasta que un día, todo lo bello que conocían de la vida, cambió drásticamente.

El estruendo sonó por todo el lugar, llamando la atención de todos los infectados que se encontraban alrededor, también la de los que vivían en la enorme casa. Todos salieron a ver que había originado el ruido y se dieron cuenta que la enorme cerca que impedía el paso a los infectados, ya no estaba en su lugar.

Del otro lado se encontraba un enorme tanque militar y detrás de él, al menos siete camionetas blindadas.

Un hombre adulto, oscilante entre los treinta a cuarenta, se encontraba sobre una de las tantas camionetas, con un megáfono en su mano y dispuesto a usarlo.

—Me alegra tanto haberte encontrado, proyecto experimental número Cero— habló él, mientras bajaba de la camioneta. —Creí que había perdido mi creación más importante.

—¿Qué?— la chica se encontraba confundida y ¿Cómo no estarlo? ¿Quién aparecía de la nada y decía cosas sin sentido?

—Mi pequeña hija— caminó para acercarse, pero solo activó la alerta de los chicos que se encontraban a los costados de Clarís —Solo te quiero de vuelta— siguió caminando, sin importarle que aquellos apuntaban con sus armas hacia él.

—¡DETENTE!— gritó Alan. —¡SI DAS UN PASO MÁS, VOY A DISPARAR!

—No creo que puedas sobrevivir si lo haces— el hombre sonrió —mira detrás de mi, si disparas, ellos no dudarán y también dispararán y no creo que quieras que esos adorables niños resulten heridos también.

—¿Quién eres?— preguntó la chica —¿Por qué has venido? ¿Qué quieres de nosotros?

—Bueno, déjame presentarme— siguió caminando hasta quedar frente a ellos —Soy el Doctor Brian Hamilton, he dedicado toda mi vida en encontrar al humano perfecto.— estiró su mano para poder estrecharla con la mano de su creación —Y tú eres mi modelo de humano perfecto, tus células madre pueden regenerarse a una velocidad impensable y ahora ya no dependes tanto de las necesidades básicas como cualquier humano.

—Me convertiste en un monstruo.

—No lo creo, naciste como un “monstruo” desde el principio, lo único que hice fue dotarte de supremacía— la miró —Ahora tienes que volver con nosotros, se buena chica y obedece a tu padre.

—Me rehúso— ella se mantuvo estática, no iba a ir con un desconocido que hablaba pura estupidez. —No iré contigo a ninguna parte.

—Como quieras, solo no te quejes cuando te tenga indefensa y pidiéndome ayuda.
—¿Por qué haría algo así?

—Porque todas las personas a las que amas pueden morir si tú no cooperas.

—Clarís no irá contigo a ninguna parte.
—El tiempo se agota— aquel hombre miró el reloj que tenía en su muñeca derecha. —Tienes que tomar una decisión ahora— volvió a mirarla —Ven conmigo.

—No voy a hacerlo— dijo firme, aunque esa fue la decisión menos adecuada para ese momento. Cuando menos lo pensó y cuando menos lo imaginó todo se fue por la borda.

—No digas que no te lo advertí— se giró, con su rostro completamente distinto a como antes, más intimidante.

Ordenó, levantando su mano y cerrando el puño, lo cual indicaba que el ejército debía atacar.

La primera bala se estampó en el tío menor, Clarís percibió el aroma a sangre y volteó a ver. Todo fue tan rápido que no le dio tiempo de procesar la situación. El hombre había muerto, la bala había atravesado la garganta, lo cual lo había hecho morir casi al instante.

Cayó al suelo, sin vida, sin el futuro que tanto había anhelado. Ver la libertad era algo que sus hijos no podrían mirar.

La lluvia de balas comenzó, así que todos volvieron adentro, para esconderse y que las balas no pudieran alcanzarlos.

Finalmente, cuando la lluvia de balas cesó, el hombre más fuerte y poderoso del ejército de aquel hombre, entró a la casa, para cumplir la orden que su amo le había dado: recuperar al proyecto experimental número Cero, sin importar cuántas bajas hubiera.

Ni Clarís, ni mucho menos Alan, pudieron hacer algo en contra, y en menos de lo que pensaron, estos ya se encontraban derrotados en el suelo, inconscientes e indefensos.

NACIÓN Z      [EDITADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora