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Los suministros se nos terminaron y eso nos hizo volver a irnos. Esta vez decidimos en ir al sur, hacia donde estaba la empresa en la que trabajaba mi padre. En nuestro transcurso nos encontramos con una chica que tenía un arsenal completo y también un sótano lleno de suministros.



—¡Ayuda!— se escuchó a lo lejos la voz de una chica.

—Espera aquí, nosotros iremos a ver— dice Erick.

Yo asentí, ahora era peligroso movernos ya que nos encontrábamos en una zona donde había muchos de ellos. El pequeño Ronny siempre hacía ruido, pero poco a poco aprendía a no hacerlo, sé que en el futuro él será uno de los sobrevivientes más fuertes de todos.

Después de casi media hora esperando, los chicos volvieron, con una mujer no mayor a Mateo y un pequeño niño casi a la edad de Ronny.

—Iremos con ella— Mateo me miró —Nos ofreció asilo hasta que volvamos a irnos.

Tomé las cosas del pequeño Ronny y las mías y caminamos por donde la chica nos guio. Llegamos a una casa, no muy grande, esta era de dos pisos y un jardín cercado con barrotes de hierro.

Al entrar a su casa logré ver a tres personas más, dos hombres, un adulto mayor de alrededor setenta años y el otro tenía unos cuarenta, también había una mujer mayor, está aparentaba tener sesenta años.

—Ellos son mis abuelos y mi padre— la chica nos presentó. Se acercó a donde se encontraba el hombre menor y se agachó a la altura en la que se encontraba sentado —Ellos salvaron mi vida.

El hombre se puso de pie y se acercó a nosotros —Gracias por salvarla— estiró su mano intentando estrechar su mano con la de Mateo.

Este solo retrocedió, odia el contacto físico y no es porque él quiera , es simplemente que le incomoda tener contacto con otras personas que no seamos mi madre, mi padre, Lucas o yo.

Al percatarme de su pequeño gesto de pánico rápidamente me acerqué y fui yo quien estrechó su mano —No fue nada. Al contrario, nosotros estamos agradecidos por permitirnos pasar la noche aquí.

—Ustedes son bienvenidos aquí y pueden quedarse aquí por el tiempo que deseen.
—Muchas gracias.


(…)


Encontramos en esa casa un refugio y entonces se me ocurrió una excelente idea.

—Y ¿Si creamos una colonia?— pregunté mientras cenábamos.

—Una colonia ¿Para que?— preguntó Mateo —Solo tendremos más bocas que alimentar y estaremos más expuestos.

—Hay que reconstruir nuestro mundo— los miré a todos —Estuve pensando sobre lo que pasará si los infectados nos convierten a todos. Podemos construir muros altos y resistentes.

—Es buena idea— dice Erick.

—No lo se, es problemático, ¿Qué hay de las personas? ¿Si son delincuentes?

—Antes de que ellos entren los entrevistaremos preguntando solo una cosa: ¿Qué eras antes de los infectados? Conforme su respuesta definiremos si están dentro o no.

—Parece buena idea— habla el viejo Gael —Nos hace falta compañía— mira a su amada esposa —¿No es así, Emily?

—Cierto, Gael— mira a su nieta —La chica tiene una maravillosa idea. Deberían apoyarla.

Samanta me miró —Te apoyaré en lo que sea necesario.

—Yo también— Erick me tomó la mano y me dio una sonrisa.

—Está bien— Mateo también me miró.
Había hecho algunos planos de cómo hacer la colonia, muros resistentes de casi tres metros de alto, con garitas en distintos puntos. Sin puntos débiles. Y el nombre era algo difícil, así que lo decidiríamos todos.


(…)


No quiero decir que hicimos todo de la noche a la mañana, por supuesto que no fue así. Al principio fue muy difícil, éramos pocos y ni siquiera sabíamos nada sobre arquitectura ni de cómo diablos levantar el muro para protegernos de ellos.

En poco tiempo fuimos creciendo, al primero que acogimos fue a un soldado. Estaba herido y lo ayudamos, a cambio él nos enseñó a cómo disparar un arma y poco a poco aprendimos a hacerlo.

Las provisiones que Samanta tenía en casa se terminaron así que creamos un grupo al que llamamos “recolectores”. Nosotros nos encargábamos de salir y buscar sobrevivientes y suministros.

La colonia creció y después de un año éramos alrededor de 145 personas. Afortunadamente y por azares del destino encontramos a un arquitecto que nos ayudó a crear los planos para hacer el muro fuerte y resistente y que ninguna amenaza pudiera entrar. Un muro de más de tres metros de alto y medio metro de ancho. Las garitas estaban localizadas en distintos puntos, uno en la entrada para poder vigilar quién entraba y salía.  Otros más en la parte trasera y él los costados, así impedir que algún peligro lograra entrar.

Y así, pasaron tres años desde que el mundo cambió. Nuestra colonia crecía cada vez más y un día éramos casi mil personas, entre ancianos, niños, adolescentes y adultos. Creamos oficios e hicimos de ese pequeño pedazo de mundo un hogar normal.

—Feliz cumpleaños número siete, cariño— entré a la habitación del pequeño Ronny para felicitarlo. No sabía la fecha exacta de su cumpleaños, pero decidimos que su cumpleaños sería el día en el que lo encontramos.

—Gracias, mamá— se puso de pie y se acercó a mi para abrazarme.

Le había explicado que yo no era su madre, pero él insistía en llamarme así. Simplemente lo dejé llamarme así ya que no me molestaba que lo hiciera.

—¿Qué quieres hacer hoy?— pregunté.

—¿Me enseñarás a disparar?— me miró contento.

—No— negué.

—Pero lo prometiste— cambió su mirada.

—Te prometí que te enseñaría cuando cumplieras quince y aún falta mucho, mucho tiempo para eso— me acerqué a él y le hice cosquillas —¿Qué te parece si preparamos un pastel y luego invitamos a tu amiguita?

—¿También a Erick?

—Si, también a Erick.

—Bien— dijo feliz. Se puso de pie y corrió hacia la cocina. Yo caminé detrás de él y luego comenzamos a hacer nuestro pastel y cuando terminamos de hornearlo llame a los chicos a través de la radio.

—¿Alguien quiere una rebanada del pastel del pequeño Ronny?

—Claro, yo me apunto— casi inmediatamente Erick contestó.

—Entonces ven a casa.

—Claro— algunos otros más respondieron y en poco tiempo ya los tenía a la mayoría tocando la puerta.

Los invité a pasar y Ronny se puso feliz de tenerlos en casa. Prácticamente creció rodeado de todos ellos y ellos lo adoraban.

Casi todo el día estuvimos jugando con él y con su pequeña amiguita que se había conseguido en la escuela. Al darse la noche el pequeño se quedó dormido y lo cargué para llevarlo a su habitación.
Despedí a los chicos y luego fui a dormir ya que al día siguiente me esperaba otro día agotado y lleno de trabajo.

Al día siguiente me levanté en cuanto sonó mi despertador y me apuré a vestirme y arreglarme. Cuando terminé fui a despertar al pequeño Ronny para que se apresurara y lo llevara a la escuela antes de ir a mi posición.

Ser la líder no era fácil. Tenía que arreglar asuntos, atender las quejas de las personas y mantener el orden en la colonia.

—Hoy saldrán los recolectores, pero hace falta un miembro en su grupo— dice Samanta en cuanto entre a la pequeña oficina.

—No te preocupes, yo lo supliré—  dije alistándome.

Anteriores veces lo había hecho aunque Erick se oponía cada que lo hacía. No era dueño de mis decisiones así que yo podía hacer lo que quisiera.

Salimos de la oficina y nos dirigimos a la base. Entramos y me acerqué al grupo en el que saldría. Entre ellos se encontraba Erick y cuando me vio acercarme se acercó a mi.

—¿Vienes a despedirme? Que considerada eres— me rodeó la cintura y me beso los labios.

—No vine a eso— lo mire y sonreí —Voy a ir con ustedes.

—Pero…

—Y antes de que trates de impedirme salir tengo que aclararte que no puedes hacerlo— puse mis dedos en sus labios y así guardó silencio.

—Señores— habló el líder del grupo —Alístense, salimos en media hora— tomó su arma y comenzó a guardarla en sus cosas.

Me acerqué a Samanta —Cuida al pequeño Ronny por mi, por favor— dije y ella asintió —Te veo después— sonreí y fui a alistarme.

Cuando terminamos de prepararnos, los hombres que se encontraban en las garitas nos abrieron paso y salimos del fuerte para ir a conseguir los suministros que necesitábamos. Subimos a los autos y nos fuimos hacia el este, el lugar que aún nos faltaba explorar.

NACIÓN Z      [EDITADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora