Capítulo 39.

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Por favor déjame sacarte de la oscuridad hacia la luz — Nickelback.


Dicen que el amor es de color de rosa, yo creo que no podrían estar más equivocados. Para mí el amor es de todos colores.

Es todo o nada.

Lo quieras o no.

Es arriesgarlo todo, tienes que poner todas tus cartas sobre la mesa y esperar que lo mejor salga de la partida.

—No sé exactamente qué es lo que debo hacer ahora.

Y es cierto, de pronto ya no sé qué es lo que debo hacer.

Quizás se me borró la mente con la caída, quizás las razones para hacer lo que sea que iba a hacer no eran las que debía y Dios en su infinita misericordia ha impedido que yo haga una tontería.

Quiero pensar fielmente que es lo último.

—Lo sé, pequeña, lo sé. —Mi madre me da la mano y me ayuda a levantarme. Sacudo la tierra de mis manos y después levanto mi mano esperando que como siempre, como cuando era niña mi madre me llevara de la mano y me diera todas las respuestas.

Ella lo hace.

—Mamá, no sé qué hacer, no sé por qué.

—No te preocupes está bien no tener todas las respuestas siempre.

—Sí, porque yo nunca había dudado antes, tú lo sabes. Todos lo saben, siempre he estado segura de cada uno de los pasos que he dado, hasta ahora, ¿por qué?

—Quizás es por mí, pequeña.

—¿Lo es?

—Quizás todo es mi culpa.

Ella no me daba ninguna respuesta, solo se quedaba ahí parada viendo como su hija era una maraña de nervios ante la situación que la aquejaba.

Por primera vez en mi vida, comencé a odiarla.

A odiarla por separarme de mi padre biológico, por separarme de mi padre adoptivo y hacerme odiarlo.

Por darme una falsa seguridad.

Por mentirme.

Por mentirnos a todos.

Por manipularnos a su antojo.

Y por último por haberme dejado sola cuando más lo necesitaba.

—Dime una cosa, ¿quién tiene la culpa de todo?

—¿De qué pequeña?

—De todo. —Volví a repetir.

Las dos nos quedamos viendo fijamente a la otra. Pero mientras cada segundo que pasaba yo me sentía aún más y más molesta.

Ella estaba ahí, parada, sola y viéndose lo más feliz y resplandeciente que jamás la había visto en mi vida.

Aún más que cuando estaba viva.

Me moleste más.

—Te odio —le grité al fin—. Te odio por dejarme aquí sola, por quebrarme como nunca nadie lo hizo y por no darme la oportunidad de reconstruirme nunca, te odio por abandonarme, te odio porque gracias a ti jamás me sentí ni sentiré completa. Te odio madre, te odio.

—Bien, porque yo también me odio.

Estaba envuelta en lágrimas ahora.

Caí al suelo de nuevo, dejé que él me ayudará a estabilizarme ahora porque sentía que me moría, no respiraba como siempre, el aire entraba y salía de mis pulmones sin siquiera avisarme o pedirme permiso. Y eso me estaba matando.

De Regreso a Nosotros. Trilogía: "Viva la Vida".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora