Señor, ¿dónde está mi alma?
¿Cómo terminamos así? — Bridgit Mendler.
Todas las pesadillas de la gente se sabe que son sus más grandes miedos. Es lo que quieres que no se haga realidad nunca, lo pide, rezas, casi de rodillas, pero hay cosas que son inevitables.
Sueñas con ellas sin embargo.
Cuando era niña un terapeuta me dijo que lo mejor que puedes hacer para que las pesadillas se vayan y nunca se cumplan, es superarlas, tienes que enfrentar aquello que te da más miedo en la vida.
Quizás cuando me lo dijo parecía una buena idea, pero no debió de haberle dicho eso a una niña de siete años totalmente sugestionable que haría lo que fuera para cumplir una teoría.
Mi mayor miedo a esa edad era la oscuridad.
Pero no cualquier tipo de oscuridad, no me daba miedo sumergirme en la oscuridad de la noche, no, porque cuando lo llegaba a hacer siempre había alguien cuidándome, mi mamá o mi papá.
No, yo temía a cuando todo estaba en calma, cuando la oscuridad se instalaba en mi habitación y esta parecía que no se iría nunca.
Llevaba todo lo que tocaba una vez que la luz se apagaba, amenazaba por consumir todo a su paso cuando esta llegaba a mi habitación. Por la misma razón no me gusta nadar en piscinas demasiado profundas.
Por la oscuridad, siento que me está esperando de alguna manera ahí abajo, en lo profundo, esperando por mí.
Pidiendo mi alma y mi corazón.
Rogando para que le dejara apropiarse de mi cabeza, de mis pensamientos y sentimientos.
Por suerte, este miedo siempre fue conocido por todos los que me rodeaban, y aunque yo sabía que era un miedo totalmente irracional porque es totalmente inevitable que la oscuridad inunde mi habitación. Porque no es como si pudiese dormir mucho con la luz encendida.
Por lo cual, en pleno uso de mis facultades mentales aproveché para comprobar esta nueva teoría que el terapeuta dijo.
Y primero que nada, debo decir que aunque fue mi culpa, no quería que nada de lo que pasara, ocurriera. Al menos no así.
Aproveché que los adultos se habían distraído con otros adultos, niños con niños y yo, me senté en el borde del trampolín de la alberca que siempre habíamos ido. Desde que tenía uso de razón.
Era el lugar donde familiares, amigos y conocidos siempre íbamos a reunirnos. Hacíamos parrilladas por ninguna razón aparente, por el solo hecho de convivir unos con otros.
A veces extraño esos días, esos recuerdos que se han ido para nunca volver. Los extraño como si aún hubiesen sucedido días atrás.
Cuando cierro los ojos aun puedo ver a mis padres preparando la comida, ayudando a los niños a nadar, platicando con amigos y familiares de la economía y del tiempo que parecía nunca mejorar en verano.
Y justo cuando pensé que no podía tener más miedo, me puse de pie, hice que mi cuerpo se moviera en dirección hacia abajo...
Arriba...
Abajo...
Salté del brincolín.
Salté y nadie lo sabía, si algo me pasaba nadie se daría cuenta.
Si yo moría, sería todo, este sería mi fin.
Pero es que yo nunca había sentido tanta calma como cuando decidí saltar desde esa altura hasta lo más profundo de la piscina.
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De Regreso a Nosotros. Trilogía: "Viva la Vida".
Chick-Lit¿Qué es el amor sin un poco de drama? La verdad no conozco la respuesta a esa pregunta, nunca la he conocido, porque para mí el amor siempre ha tenido un poco de drama en él, una chispa, una pizca, pero siempre está ahí. El amor es un campo de batal...