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and I never saw you coming
and I'll never be the same
—state of grace, red

Sienna Westbridge

Cuando Isaac Newton descubrió y escribió las tres de las leyes más importantes de la física luego de que una manzana le cayera en la cabeza, de seguro no imaginó que años después los hombres usarían esas leyes para hacer prefacios filosóficos.

Quiero decir, la tercera ley de Newton, también conocida como el principio de acción-reacción, explica el cómo cuando un objeto ejerce fuerza contra otro, este debe ejercer una fuerza de igual magnitud en la dirección opuesta a la del primer objeto. Cómo alguien pudo interpretar esta ecuación y convertirla en una frase poética donde presumía que para que los humanos podamos avanzar, primero debemos dejar algo atrás, para mí siempre sería un misterio, sobre todo porque jamás entendí muy bien a los poetas, y mucho menos a los filósofos.

Para mi gusto, tanto los poetas como los filósofos eran demasiado tergivérsales, puesto que basan toda su palabra en sus perspectivas, y cómo las perspectivas no son más que un punto de vista, sea cual sea el tema que se discuta, siempre variará dependiendo desde donde sea visto. Y, personalmente, creo que no se puede confiar en algo que cambia cada vez que te mueves.

Por eso yo prefería la ciencia, pues se basa en hechos, lo que significa que, la mayoría del tiempo, siempre es igual y no te da sorpresas.

A mí no me gustaban las sorpresas.

De todas formas, aunque no me agradaran los filósofos y los poetas, supongo que tenían algo de razón acerca de lo que decían sobre la tercera Ley de Newton. Los humanos debemos dejar algo atrás para poder avanzar. 

Yo lo había hecho.

Hace un par de meses, mis siete hermanos y yo nos habíamos mudado desde la transcurrida ciudad de Londres a un pequeño pueblo al sur de Nevada llamado Winston, en Estados Unidos, y dejamos atrás nuestro hogar, nuestra familia y las vidas que habíamos construido allá. Fue un cambio grande, pero, lo peor de todo, fue imprevisto.

Sin embargo, pese a que en un principio estaba totalmente opuesta a la idea de irme de Inglaterra, puesto que eso significaba que tendría que abandonar mi rutina, mi casa y mi zona de confort, luego de varios meses podía decir que estaba mejor en Winston de lo que alguna vez lo estuve en Londres. En Londres yo estaba por mi propia cuenta y siempre me sentí como la pieza sobrante de un viejo rompecabezas, sin nunca encajar en ningún lado...

Pero prefería no pensar en eso, mas que mal, ya no estaba en Londres, estaba en Winston, y era mejor que me diera prisa si no quería llegar tarde.

Había tomado la decisión de que comenzaría a ir caminando a la escuela, en parte porque podía tomar aire, meditar y comenzar el día con energía... y en parte porque no era fanática de compartir auto con James, William y Willow, mis hermanos, que era el lugar que nuestro hermano mayor, Leonidas, me había asignado para el transporte.

Había viajado con ellos desde que el inicio del semestre y ya me habían robado más de veinte dólares, me habían metido bichos extraños en la ropa, se habían comido mi almuerzo en más de tres oportunidad y había tenido que escuchar con un montón de conciertos de Elvis Presley a las ocho de la mañana, y, bueno, ninguno de los tres tenía muchos dotes artísticos que digamos.

Pensé en pedirle a mi hermana Selene que me cambiara de lugar para así poderme ir en el auto tranquilo, con Leon, Eddie y Miranda, pero ella es demasiado unida a Leon como para hacerlo. Había más opciones, claro. Siendo ocho hermanos, siempre hay más opciones. Pero Eddie podría sufrir una crisis por la cantidad de ruido que meten los gemelos, William y Willow. Los gemelos son inseparables. Y Leon jamás, repito, jamás dejaría a la pequeña Mirada con los gemelos al cuidado de James, porque sabía muy bien que al menos uno terminaría con una herida de cinco puntos.

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