014

129 28 14
                                    

I thought heaven can't help me now
nothing last forever
but this gonna take me down
—wildest dream, 1989

Christopher Taylor

Era lunes por la mañana y yo no tenía ni un poco de ganas de entrar a clases, de toparme con todas esas miradas exasperantes y tener que contar la grandiosa historia de otra pelea callejera de fin de semana, así que opte por quedarme en aquella banca vieja que había bajo las escaleras de emergencia en el patio trasero fumándome un par de cigarrillos hasta que algún viejo fastidioso me mandara al salón, pensado en que, a pesar de que estaba lejos de ser la primera vez que lo hacía, escaparme de mi casa un sábado por la madrugada no había sido la más brillante de mis ideas.

Pero mis planes de pasar una mañana tranquila en mi propia mierda se vieron frustrados cuando vi a Sienna aparecer tras la muralla, asomando tímidamente la cabeza.

—Chris, tienes que dejar de meterte en tantos líos —me dijo, frunciendo el ceño al ver que mi cara estaba llena de heridas, sin saludarme antes.

—¿No deberías estar en clase? —le pregunté en cambio, tirando el cigarrillo al piso.

—Si —me dijo, cruzándose de brazos —. Pero te vi llegar mal y me preocupé. Fui a tu salón a verte, pero cuando llegué allí me di cuenta de que no estabas, así que vine a buscarte.

No respondí nada. Últimamente, Sienna solía dejarme sin saber qué decir. No podía hablar con ella como lo haría con cualquier otra chica, pensando rápidamente en algún comentario ocurrente y coqueto. Era como si mi mente se congelara por completo cuando ella aparecía, además, Sienna siempre salía con cosas como esa, cosas que nadie antes había me dicho, me tomaba por sorpresa, como si yo fuera un estúpido niñato que nunca en su vida había intercambiado palabras con una mujer.

Sobre todo luego de lo que había pasado hace dos noches atrás, cuando me colé en su casa de manera impulsiva y ella me dijo todas esas frases cursis sobre la vida y el universo. Sienna había logrado jugar tanto con mi mente que hasta yo dije cosas dignas de una de esas baratas comedias románticas, o sea, no es que no las sintiera, pero no tenía porque expresarla de una manera tan rebuscada como lo había hecho. Parecía más desesperado que el imbécil de La mujer de rojo.

Sienna suspiro y luego se acercó a mí. Me jalo mi brazo, haciendo que sacara las manos de mi chaqueta, y, sorprendiéndome, entrelazo sus dedos con los míos.

—Ven conmigo —me dijo, con aquella voz dulce que me hacía perder el juicio, aunque puede notar el nerviosismo que intentaba disimular.

Podría haberla mandado al carajo, podría haberme negado. Podría haberlo hecho, pero no lo hice. Me puse de pie sin decir nada, y la seguí sin saber que pretendía, solo concentrándome en lo bien que se sentía su mano sosteniendo la mía.

Entramos a la escuela y recorrimos en silencio los pasillos vacíos, poco después me di cuenta de que me estaba llevando a la enfermería de la escuela, que, como era de esperarse al ser un lunes a las nueve de la mañana, estaba vacía.

Al estar en una pobre e insignificante preparatoria estatal perdida en la nada, el presupuesto no alcanzaba para pagar a una enfermera chismosa que me hiciera un montón de preguntas molestas, por lo que, en cambio, tenía a Sienna, quien, aunque no pondría mis manos al fuego por decir que no se entrometería, al menos tenía mucho mas tacto para esas cosas y lograba despejar un poco mi mente.

Sienna me indico que me sentara en la camilla, y, a pesar de que apreté con fuerza sus dedos entre los míos para que no me soltara, terminó alejándose de mí para buscar las cosas con las que me iba a desinfectar las heridas.

El diario de Sienna Westbridge Donde viven las historias. Descúbrelo ahora