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is green eyes, and freckles, and your smile
in the back of my mind, making me feel like
i just wanna know you better
—everything had changed, red

Sienna Westbridge

Cuando Sam no fue el tercer día de la semana, decidí que iría a visitarla después de clases. A mi me gustaría que me visitaran si me enfermaba... Bueno, en realidad no, posiblemente estaría incómoda, pero apreciaría mucho el gesto. Así que, creyendo que eso hacían las buenas amigas (concepto al que aspiraba) me aventuré a la casa de los Taylor con un par de galletas que yo misma había horneado, algunos cómics y juegos de mesa para entretener a Sam, aunque no estaba segura si a ella le gustaban esas cosas.

Le pregunté a Leon si podía ir y él estuvo de acuerdo, diciéndome que era una muy buena amiga, lo que me hizo sentir aún más contenta y decidida, aunque estaba un poco nerviosa. Siempre me ponía nerviosa cuando enfrentaba situaciones donde tenía que conocer cosas nuevas, porque no sabía qué esperar, pero tendría que conocer la casa de Sam tarde o temprano, así que ahí estaba, en el pórtico de una de las familias más famosas de Winston.

Toqué y me balanceé sobre mis pies esperando a que alguien abriera la puerta, y, luego de unos minutos, una chica rubia a la que reconocía como Augustine me abrió.

Nunca la había visto tan detenidamente ni tan cerca. Augustine era bastante más alta que yo, y, aunque estaba desarreglada en ese momento, se veía bonita. Era de esas personas que tenían un encanto natural. Tenía ojos celestes, frondosas pestañas y labios carnosos.

—Hola, soy amiga de Sam —me presente ofreciéndole una sonrisa algo tímida, y traté de no tartamudear —. Christopher me dijo que ella estaba enferma, así que le traje algunas tareas de la escuela... ¿Podría pasar a verla? Si no es molestia, claro...

Augustine me miró de pies a cabeza, como si me escaneara con rayos x. No me gustaba la sensación. Me encogí en mí misma, esforzándome por no comenzar a temblar. Ya había hecho suficiente esfuerzo en soltar la frase anterior sin trabarme como para que ella me pusiera así de nerviosa con solo una mirada.

¿Esa familia tenía un superpoder mágico para intimidarme o qué?

—No lo creo. No necesito dos bichos raros en mi casa, con Sam es más que suficiente.

Y, tras decir eso, me cerró la puerta en la cara.

Pestañee reiteradas veces, asimilando la situación, mirando detenidamente la madera que había quedado a un par de centímetros de mi nariz. Eso no estaba dentro de mis planes, y yo odiaba a que mis planes cambiaran sin aviso previo. Pero creo que debería comenzar a acostumbrarme a que los miembros de la familia Taylor-Dickens cambiarían mis planes, siempre.


—Sienna.

Yo ya iba bajando los escalones del pórtico cuando me di media vuelta y me encontré a Christopher en la puerta de la casa; parecía que había estado haciendo ejercicio, porque estaba sudado y con ropa deportiva. Baje la mirada rápidamente y sentí mi cara ponerse roja.

—Ven, pasa —me dijo —. Sam está en su cuarto.

—No quiero molestar —murmuré.

Tenía la leve sospecha (nótese el sarcasmo) de que a Augustine no le fascinaba la idea de que yo estuviese en su casa, y algo me decía que a ella tampoco era bueno llevarle la contraria. Los Taylor-Dickens tienen un serio problema de carácter, si me detengo a pensarlo. Me sorprende que no se intenten matarse entre ellos al vivir bajo el mismo techo.

—No empieces tu modestia, solo pasa, ¿quieres?

Me di varias razones por las cuales debía entrar a la casa. Partiendo con que de verdad quería ver a Sam. Y siguiendo con que si me iba posiblemente me diera una crisis por la frustración, pues las primeras señales de que eso pasaría ya habían comenzado a manifestarse luego de que Augustine me cerrara la puerta en la cara, y era algo que prefería evitar. Y también porque, y lo que creo que era más importante, no debería permitir que Augustine me tratara como lo hizo, ella y yo no nos conocíamos, por lo que no tenía razón alguna para haber sido así de descortés.

El diario de Sienna Westbridge Donde viven las historias. Descúbrelo ahora