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show me the place where the others gave you scars
—willow, evermore

Christopher Taylor

Me dejé caer sobre mi cama. Me dolía todo, de pies a cabeza, lo interno y lo externo. Quería encerrarme allí y no volver a ver la luz del día jamás. Lamentablemente mis planes de hundirme en propia miseria fueron perturbados cuando alguien llamó a la puerta.

Yo solté una queja que fue ahogada por la almohada. No tenía ganas de ver a nadie y no tenía ganas de que nadie me viera a mí, pero terminé obligándome a ponerme de pie. Me arrastré hasta la entrada luego de inhalar profundamente y abrí la puerta esperando a que, quien sea que estuviera al otro lado, se fuera lo antes posible.

—Dios santo, ¿qué te pasó?

Sienna.

Ella se me acercó, con una audacia que pensé que no existía dentro de ella, y me pasó una mano con cuidado por mi rostro, o mejor dicho, por las heridas sangrientas que lo arruinaban, y, aunque lo intente, me fue imposible moverme. El olor dulce de su perfume llegaba hasta mí, podía oír con claridad su respiración y su rostro consternado estaba muy cerca del mío.

Debí haberle sacado provecho a esa cercanía, como lo habría hecho en cualquier otro momento, pero no podía. Mi cuerpo estaba completamente molido y de seguro me veía horrible, además, Sienna me miraba con una lastima que me habría hecho enojar, sino fuera porque era imposible enojarse con ella.

—Me metí en una pelea —dije, y finalmente me aparté.

—Tienes que ver esas heridas. Te pueden quedar marcas muy feas.

Ella se veía muy angustiada, tenía el ceño fruncido y los labios apretados, y, lo que me resultaba más impactante, parecía que en serio estaba preocupada por mí. Sabía que Sienna era la clase de persona que siempre se preocupaba de todo el mundo, pero, aun así, me parecía algo irreal.

—¿Y Sam? —me dijo —. Dile que te desinfecte y te...

—Sam no está —la interrumpí.

La mayoría del tiempo, no me desgradaba compartir con ella, pero en ese momento en serio deseaba tenerla lejos. No estaba de humor para recibir a nadie, ni siquiera a ella, que me simpatizaba un poco más que la mayoría del mundo y con quien tenía completamente prohibido, por órdenes de Sam, ser grosero, frío o descortés.

—¿Y Augustine? ¿Tu padre y Karen? Christopher, de verdad, tienes que...

—Augustine está en su práctica de animadoras —volví a interrumpirla —. Y mi padre y Karen están en una comida de trabajo.

Sienna bajó la mirada y se mordió el labio inferior. Ella siempre hacía eso cuando estaba nerviosa. Se quedó callada unos momentos mientras yo esperaba a que se marchara de una vez por todas. Sí, no la quería aquí en este instante, pero tampoco iba a echarla.

—¿Tienes un botiquín? —me preguntó y me miró a los ojos —. Yo podría ayudarte... Si no te molesta, claro.

Me había tomado por sorpresa. No esperaba que ella me ofreciera su ayuda, aunque, conociéndola, debería de haberme parecido obvio que diría algo como eso.

No pude responderle nada, se sentía muy raro que alguien me ofreciera ayuda. No era la primera vez que estaba en una situación así, hasta Sam salía huyendo cuando pasaba. Y luego aparecía Sienna y me ofrecía su ayuda, así como así, solo porque ella quiso.

El diario de Sienna Westbridge Donde viven las historias. Descúbrelo ahora