Capítulo 24

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Cobarde

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Cobarde.

Cobarde, cobarde, cobarde.

Mi cerebro se ha encargado de torturarme todo el camino desde Baltimore hasta Filadelfia. He alquilado un auto y estoy conduciendo a toda velocidad por la I-95. Estoy a cientos de kilómetros de él, pero eso no hace que lo aleje de mis pensamientos... o de mi corazón.

Vergüenza, culpa, arrepintiendo. Las emociones se arremolinan dentro de mí y me consumen hasta el punto de hacerme sentir dolor de estómago.

Me pregunto qué diablos está mal conmigo mismo, yo quería esto. Yo tome esta decisión de alejarme de él, ¿entonces porque me siento tan jodidamente mal? ¿Por qué me siento como si estuviera cometiendo el mayor error de mi vida? ¿Por qué no puedo sacarlo de mi mente?

Recuerdo todo. Cada palabra, cada beso y su confesión. Y esa es la razón por la que estoy huyendo, él me ha abierto los ojos a esto. Estoy tan hundido en él como nunca lo he estado por nadie. Toda mi vida, he evitado involucrarme sentimentalmente con alguien, porque consciente o inconscientemente, sabía que me iría. Sabía lo que sería el final de la universidad, y no iba a arrastrar a ninguna chica conmigo a eso. Evite las relaciones como la peste porque no quería herir a nadie, y ahora estoy huyendo del hombre al que le rompí el corazón.

Cuando llego a la acera de mi antigua casa, un sabor agridulce me invade. Hace cuatro años que no he estado aquí, hace cuatro años que no veo a mi madre, porque no podía permitirme un ticket de vuelo hasta aquí o el alquilar un carro porque tenía que ahorrar el suficiente dinero para cubrir el resto de mi matricula que no era saldada por mi beca.

— ¡Jules! —dice mi madre, una vez que me ve salir del auto con Angelina justo detrás de mí. Ella esta vestida con su uniforme de camarera, supongo que esta lista para su próximo turno. Es temprano por la mañana, su turno debe de comenzar pronto, así que supongo que debo ser rápido con lo que he venido a hacer. — Oh, mi niño. ¿En realidad estás aquí? —cuestiona, y sus brazos se envuelven alrededor de mí en un abrazo gigante, que respondo inmediatamente. Después de tantos años ella huele exactamente igual que como recuerdo a café y vainilla, y no me había dado cuenta de cuanto la había extrañado hasta que estoy envuelto en sus brazos, respirando su aroma y sintiéndome seguro como no lo había hecho hace tanto tiempo.

— Estoy aquí, mamá y no te quiero quitar mucho tiempo, ¿sí? —la mirada de mi madre se nubla con tristeza en menos de un segundo, supongo que esperaba que me quedara más tiempo, pero no puedo.

— Claro, cariño. ¿Por qué no pasas?

La sigo por nuestro porche hasta nuestra pequeña cocina-comedor y los recuerdos me abruman y amenazan con romper mi convicción, porque recuerdo al Jules de siete años que aprendió a valerse por sí mismo. Al niño que tuvo que aprender a cocinar en esta pequeña cocina porque su madre estaba demasiado ocupada haciendo turnos dobles para poder mantener un techo y comida para su hijo. Recuerdo al niño solitario que era después de que mi padre no estaba, y recuerdo al niño que consiguió un amigo peludo de cuatro patas. Recuerdo lo asustado que estaba de dormir solo en esta casa y en como cada ruido era un fantasma terrible que quería acabar conmigo.

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