── eres un enigma; nadie entiende realmente quién eres. supongo que por eso nos hemos juntado. mientras tú eres la pregunta, yo soy la respuesta. ❜
original de -elysianwriter
traducido por lueaxwin
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CAPÍTULO TREINTA Y DOS cefeo
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Era difícil saber por qué Paul estaba furioso. ¿Sería porque su padre había hablado con Eve cuando no deseaba que tuviera ningún contacto con él?
No podía ser. Conociendo a Paul, no se habría enfurecido tanto como ahora.
¿Podría ser porque Jared olvidó informarle de la fiesta?
Posiblemente. Después de todo, lo tachó de tonto por olvidarse, pero Eve no estaba segura de que ése pudiera ser el motivo. Siendo Jared el mejor amigo de Paul, no podía quedarse enfadado con él para toda la eternidad. Incluso siendo un tipo de cabeza caliente, sabía cuándo dejarlo ir.
Así que Eve llegó a la conclusión de que Paul estaba absolutamente furioso de que él y el resto de su manada se vieran envueltos en una guerra que nadie predijo, aparte de Alice Cullen. Aunque un poco frustrada, Eve estaba más preocupada por todos.
¿Qué implicaba esta guerra? ¿Quién estaba involucrado? Por las breves y contundentes palabras de Sam, sin duda involucraba a la manada. ¿Qué haría Paul? ¿O Jared? ¿O cualquiera? Si alguien recibiría una herida o, peor aún, la muerte, Eve no pudo evitar sentirse mal.
A medida que aumentaba la velocidad del vehículo, también lo hacían los interminables pensamientos de Eve, inducidos por el pánico. Su mente no se callaba, siempre imaginando a Paul tendido sin vida en medio de un campo abierto, con los ojos brillantes y un charco de líquido oscuro y escarlata tendido debajo de él.
Con el cuerpo sudoroso a pesar de estar aún en bañador, Eve lucha por permanecer en paz. Pero parece inútil hacerlo. Además, sentado a su lado y conduciendo la camioneta a un ritmo alarmante, Paul no se atreve a mantener a raya su ira.
—No me lo puedo creer, joder, —sisea entre dientes apretados. Sus manos se aprietan alrededor del volante, sus ojos se abren de par en par con una serie de pensamientos que Eve desea no conocer—. No tengo ni puta idea de quién ha provocado esta maldita guerra, pero sea quien sea, voy a...
—Paul, —suelta Eve, con los ojos desviados hacia la carretera— ¡Por favor, más despacio!
Y él lo hace, con una pizca de sus frustraciones volando al oír su voz preocupada. La culpa parpadea en sus ojos.
—Lo siento, —dice. Está claro que siente haberla asustado por un segundo, pero no por su desenfreno sobre el tema que nos ocupa—. Es que no me lo puedo creer. ¿Quién iba a pensar que mi graduación acabaría conmigo y con la manada metidos en una maldita guerra?
Eve sólo puede asentir. Ella no era él y no entendería completamente lo que estaba sintiendo, pero eso no le impediría llegar a comprender que Paul era humano y reaccionaba como lo hacía. Y que él estuviera perdido y a la vez preocupado no le molestaba ya que ella habría reaccionado casi de la misma manera si se atreviera a ponerse en sus zapatos.
—Siento haber ido tan rápido, —continúa Paul, con los ojos pasando de los pedales a la ventanilla delantera—. Voy a dejarte en casa. Quiero quedarme allí, pero sólo si te parece bien.
