《𝐀𝐁𝐑𝐀𝐊𝐀𝐃𝐀𝐁𝐑𝐀 #𝟐》
Luego de descubrir de la peor manera el secreto de su Arcano, Hazel se prometió a sí mismo dejar de hacerlo enojar. Debió haber sabido que la paciencia jamás encajaría entre sus virtudes.
Moon se resiste a abrirse...
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—No tiene caso...
—Jamás lo había visto de esta manera.
—No me mires a mí.
—No me fío de ti, pero tampoco intento acusarte. Solo que eres el que más sabe de vampiros en esta habitación.
—Sé todo sobre mi raza, no sobre híbridos. De todas formas... dudo que se encuentre así por su condición.
—Está en shock.
—Jodidamente me niego a creer eso.
—Lo está. ¿Piensas que fue por esas llaves?
¿Llaves?
—No lo pienso, lo afirmo. Su prana se descontroló completamente cuando las vio.
—Kantaro, ¿alguna hipótesis?
Sus oídos aturdidos captan un zumbido muy similar a un resoplido.
—Nada.
—Se supone que eres una de las personas más cercanas a él.
—¡Que estés cerca de un búnker no quiere decir que puedas entrar!
Entrar, entrar... Jamás deberían haber entrado a ese laboratorio.
—Su cuerpo está muy frío...
Su mente evoca unas manos gélidas y pálidas aferradas a las suyas. Haridyen... ¿Por qué su cuerpo está tan frío? ¿Por qué su rostro está tan lívido? ¿Por qué no puede sentir su alma?
—Su prana está agitándose...
No puede sentir su prana. ¿Por qué? ¿Por qué no respira? Haridyen...
—¿Qué le sucede?
Haridyen, ¿por qué no respondes...?
—Joder, ¿dónde está mi amuleto?
¿Dónde está, dónde está...?
Hazel...
¿Dónde, dónde, dónde...?
—¡HAZEL!
Raegar se pone de pie abruptamente, apartando con idéntica brusquedad al par de cuerpos que lo obstaculizan. Sus ojos navegan por el cuarto en busca de su pareja y comienzan a brincar de un lado al otro cuando no lo encuentran, el pánico cayendo sobre sus iris como un velo enfermizo. Su mente se halla abotargada de desespero y confusión, no tiene idea de dónde está ni de cómo llegó allí y su memoria vira sucesivamente del reconocimiento al desconocimiento cuando su mirada se posa en los rostros presentes en el cuarto.
Taro e Izuru se incorporan con cuidado luego del empellón que los mandó a volar a lados opuestos del recinto.
—Raegar... —intenta Taro con cautela. Puede percibir la anarquía que lo domina, su energía vital disparada hacia todos lados, a la deriva como un pequeño pesquero en el embravecido mar proteico—. Me recuerdas, ¿verdad?