☽ Capítulo 18 ☾

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El voluminoso tronco de un pino es perforado por el puño de Raegar. La copa se sacude y una bandada de pájaros se levanta con graznidos juzgadores. Una capa de corteza se desprende cuando el alfa desencaja la mano del agujero, para pronto crear otro al lado.

El árbol no tiene la culpa ni merece ser objeto de desquite, pero lo que Raegar ve frente a él no es exactamente un tronco. Su imaginación, ávida de venganza, visualiza el rostro soberbio de Tymael Wealdath en cualquier forma abstracta que se le presente.

"No es odio, hijo mío. Es amor."

Le nace una sonrisa enloquecida mientras asesta cuatro puñetazos más. El pino cae rendido.

—¿Amor? —musita.

Es curioso. No recuerda demasiado el momento en que sus actos lo convirtieron en un monstruo, apenas los gritos lejanos de su madre y hermano y un sabor metálico en la lengua. No obstante, esa voz repulsiva, vocalizando semejantes repulsivas palabras, siempre se reproduce con nitidez en su memoria. Es como si tuviera a Tymael susurrándole al oído. A veces cree que es su karma el llevar pegado su fantasma, o que, de los abominables atributos de Tymael, él ha heredado los peores. Tymael escuchaba voces. Tymael le sonreía al aire. Tymael hablaba "solo". Pero no estaba enfermo. Él era la enfermedad. Todos los que se le acercaron murieron de cruentas maneras.

Raegar se siente así, como una enfermedad terminal. Es cruel y desmoralizante, no tiene cura, consume la vida y es peor que la muerte.

Dubrak sostiene la mirada en los movimientos desairados de su cuerpo cuando pone un pie en la habitación del ritual, la única que se ha salvado —de momento— de su cólera. Acaba de arrasar con todos los objetos inanimados que se cruzó por el camino y apesta a los contenidos dudosos de los frascos que rompió.

—¿Por qué no me lo dijiste? —grazna, desapasionado.

—¿Qué cosa?

—Olvídalo.

Dubrak sabe perfectamente de lo que está hablando. En parte lo intuye por el descalabro que dejó detrás de sí.

Uhm... ¿Felicidades por tu paternidad?

La advertencia en el semblante de Raegar pondría de rodillas hasta al mismísimo Satanás. Sin embargo, Dubrak no se cohíbe y Raegar no comete vampiricidio, sino que avanza a paso rígido hasta posicionarse al lado del muerto, que hundido se encuentra en una tina de madera llena de agua hechizada y hierbas. Raegar comprueba con rapidez que todo esté en orden: el círculo jeroglífico que los rodea y contiene, dibujado en el suelo; el altar con el Libro del Fresno abierto en la página indicada; la ruda y el incienso quemándose en los braserillos; el alma del difunto en el cuerpo huésped...

—¿Qué tal? No solo poseo un maravilloso aspecto, también hago bien mi trabajo —se jacta el vampiro—. ¿Y adivina qué? Tengo un don especial para detectar malas decisiones.

REDEMPTION【Libro II】| Disponible en físico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora