11. Secreto

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TW: Kaeya x Albedo

—Ey— Diluc se levantó de una de las mesas del Obsequio del Ángel y corrió unos pasos en cuanto vio a Albedo llegar al puesto de Alquimia.

El Jefe Alquimista era alguien realmente difícil de encontrar, también era difícil hablar con él y casi no había datos de su persona en las redes de espías que Diluc manejaba. ¿Quién demonios era Albedo, además del rubio listo que solía aparecer en la Sede de Favonius? Ni idea, nadie sabía nada. Parecía ser un gran secreto a voces entre Jean, Klee, su hermano y pocos más. ¿Dónde está Alice? ¿Por qué él aparece y ella desaparece otra vez?

—Señor Diluc— Albedo sonrió cortéz como esa clase de sonrisas que se obliga a poner para mimetizarse entre los humanos aunque realmente no tenga ganas de sonreír. Kaeya hace eso todo el tiempo, tal vez estaba pasando demasiado tiempo con él.

—¿Te acuestas con mi hermano?

O-okey, Albedo no estaba esperando eso. Dió un paso hacia atrás y todo su rostro se desfiguró lleno de vergüenza.

Aunque Diluc vive aislado de la sociedad lo máximo posible, él no era inmune a los rumores indeseados, y los que tenían que ver con Kaeya y este pequeño chico alquimista no paraban de llegar a la Taberna. Un Caballero ebrio más balbuceando sobre a quien se folla Kaeya y él iba a arrancarse los oídos.

—¿Disculpa?— Albedo se sostuvo el pecho con una mano.

—Ah... Yo..— Diluc se paró derecho y sus escasas habilidades sociales comenzaban a fallar, porque podía caber la posibilidad de que esos rumores solo sean eso, rumores, y el chico de adelante era un completo desconocido que estaba descubriendo que él era un lunático pervertido— solo es lo que oí

Albedo sonrió ahora genuinamente, de esas sonrisas que Kaeya no tenía en su repertorio. Estaba sonriendo de verdad. Había algo divertido en que la gente sepa que Kaeya es suyo, no estaba seguro de si debería estar contento con eso tanto como lo estaba.

Abrió la boca para asentir, para decir algo como "si, estamos saliendo" pero este era Diluc, era la razón por la que Kaeya solía llorar de madrugada, y ellos no habían acordado nada sobre hacerlo oficial, ¿Él debería...

Las relaciones humanas son tan complicadas.

Desde que comenzaron sus citas nocturnas, a ninguno de los dos se le paso por la cabeza hacerlo oficial, luego, cuando comenzaron a ser más que eso, y los sentimientos serios llegaron, siguieron saliendo en secreto por costumbre y comodidad. Aún ni siquiera le explican a Klee que son más que amigos, ¿Por qué debería decírselo a Diluc? Y aún más sin consultarle a Kaeya, dios, él se enojaría tanto. 

Pero en algún momento se les fue de las manos, que Kaeya este repentinamente interesado en las investigaciones sobre alquimia o que Albedo ahora quiera formar parte de las expediciones de reconocimiento de la caballería, hacia a todo el cuartel de los caballeros de Favonius crear rumores... Y a Sucrose. Sucrose también.

Y ahora Diluc debía oír rumores cada día como: "¿Sabes a quiénes me encontré en un armario de limpieza anoche?" "¿Sabes quiénes ibas de la mano por Espinadragon ayer?" Que agotador.

—Ugh, es... ¡Sucrose!— Albedo nunca había estado tan feliz de ver a su aprendiz llegar.

Y Sucrose nunca había estado más desorientada.

—¿Maestro?

Albedo dejó a Sucrose entreteniendo a Diluc y hablando sobre plantas artificiales y los mejores fertilizantes para el viñedo, y se fue a esconder tras las puertas de la Sede de Caballeros de Favonius. Este era su territorio, no era neutral como las calles de Mondstadt, Diluc no iba a entrar allí ni por su vida dependiendo de ello.

Se alisó la ropa, sacudió su abrigo, peino los mechones de cabello rebelde detrás de las orejas y abrió la puerta del despacho de Jean. Gracias al cielo Kaeya estaba en su escritorio a la derecha. Se veía bien, siempre se ve bien allí, la luz de los ventanales le ilumina el rostro y le hace brillar el ojo, las piernas de Albedo fallaron un segundo antes de entrar.

—Maestra Jean— saludó con un movimiento de manos antes de dejarse caer en la silla frente a Kaeya. La mujer le imitó el saludo e intentó ignorarlos lo máximo posible, trabajando en sus papeles.

—Ey, lindo, ¿Qué haces aquí?— Kaeya susurraba inclinado sobre su escritorio y Albedo lo imitó , acercándose lo más posible para hablar lo más bajo que puedan.

—Tuve como un cortocircuito hace un momento.

—No eres un robot

—Diluc me acaba de preguntar si tú y yo tenemos sexo

—Él si tal vez sea un robot, no estoy seguro

—Kaeya

—¿Que le dijiste?

—Nada, solo... Corri aquí.

—Oh, eres adorable.

—¿Deberíamos... ¿Deberíamos?

—No lo sé, ¿Tu quieres?

—A mi me da igual. Pero hay que empezar por Klee.

—Y Jean.

—Y Jean, si... Y Sucrose.

—Esta bien— Kaeya le acariciaba la mano enguantada para tranquilizarlo. Estaba funcionando— No tienes que entrar en pánico porque Diluc te habla, ¿Sabes? Eres bueno hablando con las personas, solo te falta confianza. ¿Te paso algo más?

—Creí que no querrías que se lo dijera.

—¿Mn?

—Que estamos saliendo... A Diluc

—Me da igual lo que Diluc sepa, tu tranquilo

—No sé, se siente extraño... Como si él... Quisiera saber algo más.

—No entiendo, ¿En plan pervertido?

—No, en plan sobre mi. Olvídalo, es solo una sensación.

—Mn, Diluc es inofensivo, no te preocupes.

—Yo...

Jean tosió desde su escritorio, haciendo que los dos la mirarán.

—Mi jefa quiere que vuelva a trabajar— Kaeya habló en voz alta ahora y Albedo le sonrió enamorado.

—Si, también es la mía.

—Oh, una terrible mala suerte, cariño. Y no gastes tus energías preocupándote por él, siempre puedo volver a pelear a muerte si es por ti— bromeó, porque Kaeya tenía este problema sobre bromear sobre sus traumas.

—No eres gracioso— Albedo se levantó de la silla y se inclinó hacia él para tocarle la punta de la nariz, juguetón. Kaeya intentó morderme el dedo como respuesta.

—Maestra Jean— Albedo saludo antes de irse y salió.

Jean miró a Kaeya casi al instante en que la puerta se cerró.

—¿Todo en orden?— Jean se acomodóa cola de caballo y dejó la pluma en el tintero.

Se inclinó levemente sobre su escritorio y esperó con una sonrisa paciente. Kaeya entrecerró su ojo y la inspeccionó como a un criminal en una taberna.

—Claro

—... ¿Seguro?— Jean seguía sonriendole y comenzaba a ser tenebroso.

—Oh, si, él y yo...— Kaeya empezó sacudiendo una mano enguantada para quitarle importancia.

—¡Oh, por Barbatos, al fin!— la mujer miró al techo y juntó sus manos. Luego golpeó ambos puños en el escritorio y lo miró— Lisa dice que soy muy mala fingiendo que no sé algo. Estuve esperando esto por un tiempo.

Kaeya quería morir. Sonreía avengonzado y asentía.

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