LA FIESTA DEL FIN DEL MUNDO

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Cuarenta

Capitulo diez

L A  F I E S T A  D E L  F I N  D E L  M U N D O

Pablo.

—Paulita, mi amor, ya se que es una fiesta de secundaria, pero a mi me gustaría que estés acá conmigo, quiero presentarte a todos mis amigos, a todos les hable de vos— dije al teléfono —Quiero compartir esto con vos, sos muy importante para mí, lo sabes—

—No puedo dejar solo a mi hijo para escaparme a una fiesta clandestina de nenitos malcriados, entendeme, Pablo, no es normal— respondió cansada

Agradecía estar solo en mi cuarto, no quería que nadie escuche mis charlas con Paula, a veces hasta me sentía un idiota. Prefería que nadie sepa, que crean que con ella todo es perfecto. Y no que sepan la cruda realidad.

—Te recuerdo que estas saliendo con uno de esos nenitos malcriados —suspiré— por favor, Paula, te extraño, quiero verte—

—Ya te dije que no tengo con quien dejar a mi hijo— insistió

—¡Con su papá! o con sus abuelos, no lo sé, si queres te pago una niñera, pero por favor vení, te necesito conmigo— supliqué —Si no estoy con vos me voy a aburrir—

—No puedo, Pablo, será la próxima—

Ni siquiera se despidió, solo me cortó la llamada, dejándome aún más enojado que antes. 

Cuando empezamos a salir, hace un mes, yo sabía que Paula tenía un hijo, pero eso jamás fue un impedimento. Salíamos casi todos los días, a pesar de que yo estaba en rehabilitación en el hospital, luego fue cada tres días, y ahora no la veo hace una semana. Por fin soy libre del todo, pero ella ya no está para mí. 

La mujer que al principio hizo todo lo posible para conquistarme, ahora me cancela los planes a último momento, o me rechaza, por ejemplo cuando la invité a merendar al parque, o cuando la invité a una cita doble con Tomás y Pilar para que los conozca, ella me decía que mis planes eran infantiles. Hoy le pedí que venga a la fiesta clandestina del elite way, pero ese plan tampoco le gustaba. 

Los once años de diferencia entre ella y yo son muy notorios, nada de lo que yo le ofrezco jamás es suficiente. 

Su pequeño hijo de cinco, casi seis años, me odia. Salimos con él dos o tres veces, y esa criatura siente un desprecio inmenso por mí, cuando me ve llora desconsoladamente, si yo lo tocó grita, y cuando el ataque de llantos y gritos se le pasa, hace todo para lastimarme. La primera vez que salimos lo llevamos a una plaza de juegos, y me tiro una pelota justo en mi parte más sensible. Río a carcajadas cuando me vio retorcerme de dolor en el suelo, lo peor es que en ese momento yo seguía usando muletas para poder caminar.

La segunda vez decidimos ir a tomar un café. Grito de enojo cuando me vio, no me dejo saludarlo, y se la pasó diciendo que yo era malo. Luego, tiró todo el café sobre mi regazo, quemándome. 

Y anécdotas como esas, tengo varias. Juancito me odia, y Paula no hace nada para cambiarlo, dice que es culpa de su padre, el cual casi nunca lo visita, y le pasa muy poco dinero de la manutención. 

Tal vez si el niño supiera que este mes fui yo quien le pago la cuota del colegio no me odiaría tanto. 

—¿Pablo? ¿ya estás listo?— preguntó Guido, entrando al cuarto.

Yo ya me había bañado y cambiado, me esforcé en verme bien, quería impresionar a mi novia, pero ella ya no vendría. 

Esto solo confirmaba mi mala suerte con las mujeres, las tres chicas con las que estuve tienen algo en común, yo jamás fui suficiente, para ninguna de ellas.

Descontrolado(s) 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora