I N E S P E R A D O

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Cincuenta y cuatro

Capitulo veinticuatro

I N E S P E R A D O

Marizza

—Mar... ¿un atraso?—

Mia no podía entender lo que acababa de decirle, me miraba, esperando explicación alguna. Yo no era capaz de responder, ya que ni siquiera yo misma comprendía que era lo que me estaba pasando. Tres meses después, volvía a repetir la misma historia.

Miedo, temblores y un test de embarazo en la mano.

—Tenemos que tomar el taxi, Mansilla se va a dar cuenta de que faltamos, ya perdimos mucho tiempo— traté te cambiar de tema, aún frente a la farmacia.

—Marizza, esto es importante— insistió, preocupada—Por favor, contéstame—

Me acerqué a la calle, y le hice señas al primer taxi que vi, asomándose por la esquina, se estacionó frente a nosotras, y subimos. Le pasé la dirección de las cabañas, y emprendimos el viaje.

Yo miraba por la ventanilla, tratando de no pensar. Mia tenía su mirada clavada en mí, mi intuición decía que ella quería hablarme, pero no se atrevía. El ambiente se sentía cargado, pesado. Viajamos esos diez minutos en un incómodo silencio. Solo volví a hablar, cuando el auto se detuvo y le pagué al conductor. Mia bajó primero, y me abrió la puerta para ayudarme a bajar. 

Me sostenía de la mano y la cintura, como si me fuera a caer.

—Mia, puedo caminar sola— aclaré —No estoy enferma, podes soltarme—

—¿Y si te lastimas? vos podes estar...—

—Cuando estemos a solas lo vamos a hablar, ahora no quiero que nadie se entere— aseguré —Por favor, te pido que guardes silencio y actúes con normalidad—

Mia de todos modos, siguió tomándome del brazo para caminar. A penas pisamos la entrada de las cabañas, Pablo corrió hacia nosotras. Él estaba sentado en la entrada de su cabaña, al parecer. Seguramente esperándonos, lo conozco bien.

—¿Y? ¿Cómo te sentís?— se dirigió hacía mí, preocupado

—Mejor, enserio— traté de sonreír —Me explicó la chica de la farmacia que mis vómitos y mareos pueden ser por la zona, no estoy acostumbrada al clima y la altura de Córdoba, es algo normal — 

Siempre supe que yo tenía un don para la mentira, tenía la agilidad mental suficiente como para idear las mejores mentiras en cuestión de segundos, y la confianza suficiente como para sonar creíble. Siempre usé mis habilidades para zafar de castigos, o para pelear con cualquiera que se me acerqué, esta era la primera vez que usaba la mentira para cubrir algo realmente importante.

—Me alegra que no sea nada grave— sonrió el rubio —Estaba preocupado ¿Te dieron algo para detener eso?—

—Si, compre unas pastillas para el vomito y los mareos, y unas vitaminas para la fatiga— expliqué —Pueden quedarse tranquilos, yo quiero recostarme un rato, antes de la próxima expedición—

—¿Queres que me quede con vos?— se ofreció Pablo —Puedo cocinarte algo mientras vos dormís, o te hago compañía, podemos mirar alguna película o algo...—

—Yo la voy a acompañar— lo interrumpió Mia —Marizza y yo tenemos muchas cosas de que hablar, así que quiero estar a solas con ella, perdón hermanito... ¿y Luján?—

—Discutiendo con Marcos, frente a Mansilla... la peleíta por lo de esta mañana llegó muy lejos— señaló el parque junto a las cabañas, a unos cuantos metros de ellos —¿Por qué?—

Descontrolado(s) 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora