Capítulo 4: No me falles

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Esa misma noche...

¿dónde carajos estás? Me estoy muriendo de hambre. —Gruñó impaciente la rubia al teléfono.

—Ya estoy llegando a la entrada. Baja a recoger tu comida. —le dije cuando iba subiendo los escalones.

¿Qué parte de "no puedo despegarme de la sala de partos" no entendiste?

Bufé.

—no voy a entrar. —Respondí en negativa.

¿Por qué no?

Rodé los ojos.

—sabes muy bien por qué no. —recriminé en tono cansino.

Eres una gallina. —Suspiró. —Esta bien, bajaré en un segundo. Espérame en la puerta.

Ok, mapache. No iré a ningún lado.

¡No me llames así! —Rugió antes de colgar el teléfono.

Me coloqué junto a la entrada principal sin llegar a estorbar el paso de los que entraban o los que salían del hospital.

Desde siempre odié los hospitales, porque eran el hogar de las enfermedades y todo el tiempo fui obsesiva con la higiene para evitarlas.

Através del cristal de la puerta pude ver a Lizzie caminar hacia mi con una mirada cansada. Justo al atravesar la entrada, se encogió por el clima frío.

—¿Qué porquería me trajiste? —Preguntó viéndome a los ojos.

—tu favorita. —Respondí al tiempo que le entregaba la bolsa que llevaba en mis manos y sonreí con complicidad.

Sus ojos azules brillaron en una alegría infantil cuando abrió el empaque.

—Te adoro. —cantó al ver el paquete de Nuggets de pollo.

—eres una interesada. —negué riendo.

Ella sonrío radiante aunque sus ojos aún lucieran cansados.

—¿larga noche?

Ella asintió.

Le brindé una sonrisa de labios apretados.

—no te atrasaré más, entonces. Puede que te necesiten allá adentro. —señalé hacia el hospital con mi cabeza.

Ella suspiró.

—si, supongo. ¿te irás a casa?

—tengo que descansar aunque sean unas horas; mañana tengo un día ajetreado. —arrugué la nariz.

—está bien, vete. Tengo unos cuantos minutos para devorar mi comida. —me miró de reojo antes de marcharse. —¿no me chillarás con Leigh, verdad? —preguntó en tono acusatorio.

Reí.

—por supuesto que no. Además, si lo hiciera, ella se dará cuenta de que fui yo quien te trajo la comida chatarra.

Esta vez fue su turno de reír.

—¿en serio no quieres entrar? Es que... dentro de una hora salgo de la sala de partos, luego haré un informe y me iré a casa, pero no quiero irme sola. —me miró con ojos de cachorro.

Negué rápidamente.

—ni loca entraría allí.

Lizzie bufó.

—estarás en mi consultorio todo el tiempo.

Negué nuevamente.

—lo siento.

Mi luna de medianoche ~ HOSIEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora