Capítulo VI: La Dǐkàng

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Cabalgando su camello, un hombre con el rostro cubierto con un burka, llevaba ya un rato buscando un tesoro. El sol brillaba y el calor que generaba era potente en el desierto que, aunque parecía el Sahara, estaba en Tottori, Japón.

El Museo de Arena había quedado deshabilitado y cerrado tras una misteriosa tormenta de arena que lo había sepultado. Cada día los eventos naturales y sobrenaturales que ocurrían en el mundo se volvían más frecuentes, pero ese hombre estaba seguro de que aquel evento no era para nada un fenómeno natural.

Pasadas dos horas, entre la arena encontró a un muchacho, estaba desmayado y con la ropa rota, quien sabe cuánto tiempo llevaba ahí, aún respiraba, pero el golpe de calor que sufría era grave. Era un japones de aproximadamente 24 años, no reaccionó ante los intentos de reanimación del hombre, pero como aún respiraba no podía simplemente dejarlo ahí a su suerte y más porque él era a quien estaba buscando.

El hombre lo cargó y lo subió a su camello, aquel chico estaba a punto de morir y lo hubiera hecho de no haber sido salvado.

El chico despertó en una gran casa tradicional japonesa, estaba recostado en un tatami y en su habitación no había nada y absolutamente nadie más que el futón donde yacía. Aún adolorido y su cabeza dándole vueltas se levantó cuando escuchó una voz.

—Al fin despiertas, el Maestro espera por ti —dijo la voz de una chica desde el otro lado de la puerta.

El muchacho se levantó y cruzó la puerta, pero no había nadie. Continuó caminando por la casa buscando en todos los cuartos, en ninguno había nada ni nadie, el chico comenzó a pensar que se estaba volviendo loco, no sabía cómo había llegado a ahí y la voz que escuchó temía que fuera producto de su imaginación. Lo último que recordaba era el desierto y comenzó a cuestionarse cómo había terminado en una casa embrujada después de casi morir. Era una casa muy grande y escuchaba pasos ajenos en los corredores donde él estaba caminando. Él no tenía familia ni amigos, no creía en que alguien pudiese estarle jugando una broma porque simplemente no le importaba a nadie. A punto de volverse loco, dio con la puerta correcta.

Al abrir la puerta vio al hombre que lo había rescatado. Aún con la cara cubierta por el burka, aquel hombre le indicó que se sentase frente a él. Completamente lleno de dudas había muchas cosas que él quería preguntarle a ese hombre, pero justo cuando estaba a punto de hablarle entró al cuarto una hermosa chica en kimono con una bandeja con el té. Se veía increíblemente hermosa en aquel kimono rosa decorado con bordados de flores. A pesar de eso el muchacho se veía más intrigado por el hombre que por la hermosa joven.

La chica se hincó y les sirvió el té a ambos. Le entregó la taza al hombre del burka y antes de darle su taza al muchacho se inclinó y lo besó en los labios.

El chico quedó estupefacto, cayendo de espaldas al piso, no era su primer beso, pero la chica también era asiática y en sus culturas era mal visto besar de esa forma a un desconocido.

—Lamento si te sorprendí —dijo la chica mientras le acercaba su taza de té—. Pero así es más fácil que comprendas y te comuniques con el Maestro.

El chico recobró su compostura, recibió la taza inclinando la cabeza en forma de agradecimiento. El Maestro entonces comenzó a hablar.

—Ella es Kim Sun Hee, la encontré en Corea —dijo extendiendo su mano hacia ella mientras explicaba—. Ella es omnilinguista, eso quiere decir que habla todos los idiomas del mundo y además puede hacer que con un beso otra persona entienda y hable su lengua. En pocas palabras, sus poderes rompen con la maldición de la Torre de Babel sobre aquellos que besa.

—Y dinos —dijo entonces Sun Hee mientras soplaba su té antes de darle un sorbo—. ¿Cuál es tu nombre?

—Mi nombre es Suna Ryoma —dijo mientras agachaba la cabeza.

—Dinos Ryoma. ¿Tú sabes algo sobre las anormales tormentas de arena que han estado sucediendo últimamente en esta región? —dijo el Maestro mientras lo observaba fijamente, su mirada era tan penetrante que ponía nervioso a Ryoma.

—No señor —contestó tartamudeando.

—¿Sun Hee? —dijo el Maestro.

Sun Hee se levantó del suelo y sacó una bolsa de tela de su manga. Ryoma estaba cada vez más y más nervioso pensando en que aquellas personas estaban ahí para matarlo, pero de haberlo querido. ¿Por qué lo habrían salvado entonces?

Sun Hee le entregó la bolsita a Ryoma y retrocedió ligeramente en lo que esperaba a que Ryoma revelara su contenido. Era una típica bolsita japonesa con un bordado de flores que hacía perfecto juego con el kimono que Sun Hee llevaba puesto.

Cada vez más nervioso y preocupado, Ryoma decidió ponerle fin a su angustia, las miradas del Maestro y de Sun Hee podían ver hasta lo más profundo de su alma. Entonces Ryoma jaló el cordón para abrir la bolsa y revelar su contenido. De todas las opciones en las que había pensado el contenido lo dejó más confundido que calmado. Incluso una granada hubiera sido algo que esperaría, pero el contenido de aquella bolsa no era más que arena y nada más.

—¿Arena? —dijo mientras sostenía la bolsa firmemente con ambas manos.

—Ryoma, por favor pon la bolsa en el piso y acerca tu mano. —Solicitó amablemente el Maestro.

—¿Qué esperan que haga con eso? —cuestionó nervioso Ryoma.

—Nada —contestó Sun Hee aún guardando distancia—. Solo queremos comprobar algo.

Ryoma entones acercó su mano a la arena, pero no sucedió absolutamente nada. Ryoma estaba respirando cada vez más tranquilo, no sabía que era lo que el Maestro y la chica planeaban, pero aún sentía algo de miedo.

El Maestro entonces le hizo una señal a Sun Hee, ella solo asintió con la cabeza.

—Cuéntanos de ti. ¿Qué hacías en el desierto? —preguntó el Maestro.

La cabeza de Ryoma comenzó a hundirse en múltiples recuerdos que aceleraron su pulso cardiaco, comenzó a temblar manifestando indicios de un ataque de pánico, logró calmarse un poco, pero no logró decir ni una sola palabra.

—Maestro —dijo Sun Hee en tono de sorpresa.

La arena que hasta hace unos momentos estaba intacta estaba volando por todos lados, una pequeña ventisca de arena se apoderaba del cuarto. Ryoma entonces regresó en sí y la arena cayó de golpe al piso.

—Es evidente tu conexión con la arena muchacho —dijo el Maestro mientras se levantaba y aceraba a Ryoma—. Me imagino que has pasado por mucho, pero no te preocupes, si tú quieres podemos ser tu nueva familia.

Ryoma ya era algo mayor para ser adoptado, a sus 24 años jamás había sido amado por nadie, cuando tenía 6 fue abandonado por sus padres y cuando todo comenzaba a pintar mejor en su vida adquirió sus poderes que lo volvieron un monstruo ante los últimos seres que valoraba. Aún no comprendía el ofrecimiento de aquel hombre, aquel que lo había salvado y además le estaba abriendo las puertas de su casa. A pesar de eso, Ryoma ya era muy grande para creer en cuentos, sabía que había algo detrás de eso, jamás nadie se le había acercado con intenciones puras y sabía que era el caso de ese hombre.

—Debes de haber pasado por mucho, pero tus poderes no son una maldición. —Continuó el Maestro mientras se sentaba frente a él y poniendo su mano sobre su hombro—. Has sido escogido para formar parte de algo más grande.

El Maestro entonces reveló su rostro, era un hombre más joven de lo que Ryoma esperaba, probablemente de unos 35 a 40 años, su piel blanca y ojos oscuros, tenía una barba cortada en candado. Quizás venía de algún lugar de Europa, por alguna razón su rostro le parecía familiar, como si lo hubiese visto en algún lugar antes y a la vez estaba seguro de que no lo conocía, aunque eso continuaba siendo un misterio para Ryoma, algo en sus palabras logró mover su herido corazón.

—Por favor ven con nosotros —dijo Sun Hee con una sonrisa—. El Maestro puede ayudarte a controlar tus poderes y juntos podemos salvar nuestro continente.

—¿Salvar... el continente? —dijo aún más sorprendido Ryoma.

—Queremos que nos ayudes a impedir una guerra nuclear que podría acabar con toda Asia.

Genoma 13Donde viven las historias. Descúbrelo ahora