Capítulo VIII: Registro de memoria 72

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A pesar de haber crecido siempre en la realeza a Eleanor jamás le había gustado vivir en un palacio, lo consideraba frío y poco acogedor. Su destino jamás fue la grandeza, los planes para ella al no ser la futura Reina eran mucho menos estrictos que para su hermano Aaron, aún así, tenía que seguir un código de comportamiento y había ciertas expectativas en ella. Ella no tenía sueños ni ambiciones propios, para ella estaba bien lo que los reyes, sus padres, dispusieran de ella, era una persona muy obediente y toda su vida había seguido las reglas y doctrinas al pie de la letra. Fue educada en casa y casi no tenía amigas, de joven siempre fue una persona muy retraída y tímida. La única persona de su edad que había logrado atravesar su coraza de soledad había sido Carlota.

Ellas se habían conocido desde que tenían cinco años gracias a las relaciones estrechas entre España e Inglaterra. Carlota era mucho más alegre, idealista y juguetona, lo que había hecho que Eleanor no estuviera tan sola y pudiera ser una niña de su edad cada que se veian. Carlota desde pequeñas siempre la había llamado Ela ya que se le dificultaba pronunciar su nombre.

Habían pasado ya tres años desde aquella visita a España donde Carlota le había mostrado aquel libro sobre los guardianes. Ela sabía que era una cosa completamente ridícula y probablemente solo una novela de antaño, el libro era mucho más antiguo que los dramas Shakesperianos y, de lo poco que recordaba, el contenido tenía algunos dibujos lo que lo hacía poder pasar por un libro iluminado de algún punto de la Edad Media, pero por el estilo de los dibujos era probablemente más antiguo. A pesar de que para ella no tenía ningún deseo personal de vez en cuando regresaba a su mente aquella expresión de Carlota cuando le preguntó sobre su deseo. Aunque no se lo contó Eleanor comprendía que era importante para ella y aunque el libro no le interesaba quería hacer algo bueno por Carlota. Al menos ese era uno de sus pensamientos nocturnos, pero la mayor parte del tiempo sus intenciones se quedaban en pensamiento.

Carlota, por su parte, se había obsesionado en encontrar pistas ocultas en el libro sobre los guardianes, jamás se despegaba de su diario donde anotaba todas sus observaciones y teorías, pero ese era su secreto, ni siquiera Ela siendo su mejor amiga lo sabía. Ella misma sabía que no sacaría nada bueno de eso, como parte de la realeza no podría jamás ir en busca de las reliquias, pero era algo que la mantenía entretenida y alejada de su vida tan estricta.

Carlota era una chica mucho más inteligente de lo que sus mismos padres y maestros sabían, era alguien sobresaliente y digna de ser Reina, incluso más que cualquiera de sus hermanos, pero al ser la menor de seis sabía que ese no era su destino.

Durante una mañana de un nublado día de octubre Carlota se desmayó en el jardín. Ella había caído en algún lugar del laberinto, ese día había salido sin su dama de compañía y no la encontraban por ninguna parte, haciendo preocupar a todo el palacio por su paradero.

Al cabo de unas horas fue encontrada por Aaron, el hermano de Ela, él la cargó entre sus brazos y la llevó al interior del palacio. Aún no recobraba la conciencia por lo que llamaron inmediatamente a los doctores del palacio, revisaron sus signos vitales y le conectaron un suero.

Recobró la conciencia pasada las ocho de la noche, para su sorpresa y entre el aturdimiento, junto a ella vio a Aaron quien estaba sentado a su lado con los ojos cerrados, cuando comenzó a tratar de moverse Aaron despertó.

—Me alegra ver que ya despertaste —dijo mientras se tallaba un ojo con la manga en medio de un ligero bostezo.

—¿Qué me pasó? —preguntó Carlota aún mareada.

—Parece ser que tu cuerpo no aguantó más la falta de nutrientes, me han dicho que llevas varios días sin comer —dijo Aaron mientras se inclinaba hacía ella.

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