VII ☾

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Este capítulo está muy subidito de tono, pero prometemos que está escrito con amor y mucho cuidado


Un estremecimiento desestabilizó a Erwin de la cabeza a los pies. Le bastó con ver los ojos de Levi, tenaces y afilados, para saber que iba en serio, más en serio que nunca. Erwin pensó en Greta, la recordó dormida sobre la cama sin deshacer, con su vestido blanco de novia, tendida sobre un mar de pétalos que alguien había puesto ahí para ellos. La recordó también en aquella tarde de verano, unas semanas atrás, cuando le dijo que iba a ir de compras pero que él no podía acompañarla porque iba a elegir la lencería para la noche de bodas. Qué poca curiosidad había sentido Erwin, que poco interés había tenido por descubrir los encajes que su esposa llevaba bajo el vestido. Y en cambio ahora, mientras su mejor amigo le lamía la barbilla y ondeaba las caderas sentado a horcajadas encima de él, cómo le quemaba por dentro.

A Erwin se le escapó un quejido ronco. Removió las piernas, incómodo por lo apretado que tenía el pantalón, y subió con las manos por los costados de Levi, con tanta intensidad que con el arrastre se llevó la tela de su suéter. Lo desencajó de sus pantalones y, después de recuperar el aire, susurró:

—Levi... ¿Aquí?

Levi miró entre sus cuerpos. Vio esas manos bien afirmadas en él, y, entre las piernas de Erwin, un bulto creciente. Habría llorado en ese momento solo por descubrir que era él suficiente para encender así a Erwin. En lugar de eso, sonrió.

—Me habría gustado que fuera diferente —admitió mientras asía los cabellos rubios con una mano, y con la otra recorría por encima el camino de los botones de la camisa de Erwin—. Lo imaginé en todas las habitaciones que tuve con las familias de acogida. Cuanto más pequeña era la cama, más me gustaba pensarlo. Pero también lo imaginé en tu mansión, en esa bañera tan desaprovechada que tiene tu baño privado. Lo he imaginado en mi apartamento, en mi sofá, en mi ducha... Erwin, en su momento hasta fantaseé con que lo hacíamos en el jardín del orfanato, bajo nuestro árbol, ¿te acuerdas? O que nos escabullíamos por la noche al comedor de las monjas y... —Levi soltó un suspiro largo, denso y lastimero. Tantos años perdidos. Tantos sueños frustrados. Llegó a los pantalones de Erwin, y con la yema del índice delineó la curva de su entrepierna. Cada vez más protuberante—. Mi punto es que estoy cansado de fantasear. Lo quiero aquí y ahora.

Erwin sabía que después repasaría las palabras de Levi una y otra vez en su mente y se retorcería con ellas. ¿Acababa de decir que ya lo deseaba cuando eran apenas unos niños, durante las visitas que hacía con su madre al orfanato en el que estaba Levi? Erwin tuvo la certeza de que, cuando estuviera solo, volvería a esa confesión y se tocaría pensando en ella, imaginando a Levi imaginándoselo a él. Pero en esos momentos solo sintió la prisa, las ansias, el calor asfixiante. Las manos de Levi. El roce de su yema en la silueta de su miembro.

¿Acaso no era Levi el que llevaba una vida deseándolo en secreto? ¿Por qué parecía tenerlo todo bajo control cuando él estaba tan nervioso? Y, aun así, una inercia instintiva y animal condujo a Erwin a los botones de su propia camisa. Comenzó a desabrocharlos de uno en uno con sus anchas manos, sin dejar de mirar a Levi a los ojos.

—Es tuya —dijo con un jadeo áspero—, mi noche de bodas es tuya. Aquí y ahora.

Levi no estaba tan entero como parecía. Prueba de ello fue que las palabras de Erwin lo hicieron vibrar. Su corazón se sobrecogió y las ansias le carcomieron la piel. Por un momento no pudo moverse. Se quedó hipnotizado por la piel que empezó a exponer Erwin, por los movimientos de sus manos, por la tela de su camisa soltándose. El cuerpo de Erwin. Sus líneas, sus relieves, la hendidura de su ombligo, lo mullido de sus pectorales, su vello de oro, el color oscuro de sus pezones. Se inclinó para frotar la cara contra ellos, y Erwin se sobresaltó por la repentina cercanía. Demasiado íntima, demasiado invasiva. La carita de Levi paseándose por su pecho, suave e imberbe, hizo que Erwin tuviera miedo de reventar los pantalones con su erección. Desde luego a sus veintisiete años no era virgen, pero en esos momentos se sintió como si lo fuera.

You can lie, my dearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora