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—¿Te rindes ahora? —preguntó Levi con la voz calma pese a tener los brazos atados alrededor del cuello de Erwin y la piernas amarradas a sus costillas en una llave constrictora.

En ese salón humildemente equipado para que los niños del orfanato hicieran gimnasia, Levi y Erwin eran un nudo sobre una vieja colchoneta. Los dos descamisados, empapados de sudor, con las respiraciones agitadas y los cabellos enmarañados. Los jadeos de Levi, al contrario que los de Erwin, eran casi imperceptibles, porque con su pequeño cuerpo el desgaste de energía era mucho menor.

—No —jadeó Erwin, con la voz ahogada y los dedos hundidos en los antebrazos de Levi. Tenía las mejillas cada vez más rojas y empezaba a nublársele la mirada, pero aun así no dejaba de retorcerse.

No había manera. Los delgados brazos de Levi eran como dos alambres que alguien hubiera trenzado dándoles vueltas en los extremos. No existía fuerza humana capaz de quitárselos de encima solo tirando de ellos.

Levi sonrió. Echó la cabeza hacia atrás como si la postura le resultara de lo más cómoda.

—No seas necio, Erwin. Mira, te daré otra oportunidad si me ruegas que te suelte.

—He dicho... que no... —artículo Erwin con un hilo de voz.

Se empezaba a poner morado.

—¿Y qué vas a hacer? —preguntó Levi apretando un poco más.

Erwin forcejeó. Le faltaba el aire y tenía lágrimas en las comisuras de los ojos. El pulso le latía en las sienes como un tambor. Pataleó y se dio cuenta de que le hormigueaban las piernas y tenía los pies fríos. Intentó responder, pero todo lo que consiguió fue soltar un lamentable:

—Auggah...

Poco a poco, sus dedos empezaron a perder fuerza en el antebrazo de Levi. Fue la señal que convenció al menor de soltarlo. Había sido suficiente. Pero antes le dio un beso a esos cabellos rubios, algo inocente que Erwin no notaría al borde de la muerte. Levi lo liberó en un solo movimiento y se levantó como un gato. Se arregló el pelo de forma desinteresada, y cuando sus ojos se encontraron con los de Erwin le sonrió con una pizca de altanería.

Erwin bajó la cabeza, se encogió y tosió entre lágrimas, incapaz de reponerse. Respiraba emitiendo un desagradable silbido con la garganta.

Levi se acercó a darle unos golpecitos en la espalda.

—Vamos, Erwin. No ha sido para tanto. ¿Te traigo agua?

La situación empezó a preocuparle cuando Erwin siguió jadeando entre lágrimas, desesperado. Todo su cuerpo se sacudía con su errática respiración.

De pronto, un grito estremecedor aturdió a Levi. Para cuando se dio cuenta de que esa voz atronadora era la de Erwin, ya era demasiado tarde. El rubio arremetió contra su pequeño amigo como si fuera un jugador de rugby intentando tumbar a otro de cien kilos.

Levi acabó estampado en la colchoneta, aplastado por su corpulento mejor amigo. Erwin lo enclavó pisándole los muslos con las rodillas y las muñecas con los antebrazos.

—¡Joder! —espetó Levi, resistiéndose, pero pasado el sobresalto inicial se quedó quieto. Miró a Erwin con los ojos llenos de sorpresa y de repente empezó a reírse como no se reía nunca, con la boca abierta y los ojos cerrados—. ¿Qué mierda, Erwin? Eso ha sido bajo hasta para ti.

—¿Sabes quién es bajo? —gritó Erwin, tan cerca de su rostro que Levi sintió la salpicadura de unas gotitas de saliva. ¿O fueron las lágrimas?—. Deja de reírte —le ordenó, sin pizca de diversión en la cara. La tenía roja como un tomate, aunque era difícil decir si se debía a la asfixia o a la vergüenza.

You can lie, my dearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora