XI ☾

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Levi espabiló. Unos jadeos familiares lo arrancaron de las garras del pasado. Erwin se había precipitado al interior de la habitación, pero ahora se acercaba a ellos caminando con cautela. Desde donde estaba solo podía intuir lo que ocurría. Aun así, tenía la expresión descompuesta, como si se hubiera predispuesto a encontrarse lo peor. O tal vez había escuchado a su hermana.

Sin pensarlo, Levi soltó la toalla que tenía en la mano, fue hacia él y le tapó los ojos. No podía permitir que Erwin pasara por lo mismo que él. No podía dejar que cargara con esa huella indeleble y dolorosa durante el resto de su vida.

Erwin no opuso resistencia. Dejó de caminar. Se paralizó como si la repentina falta de luz lo hubiera debilitado. Escuchaba el llanto de su hermana muy cerca. Christa había dicho su nombre varias veces, pero él no podía responder. Creyó que el único motivo por el que no se había desplomado eran las manos de Levi en su rostro, pequeñas y familiares, ásperas y delicadas al mismo tiempo.

—¿Es verdad? —preguntó en un susurro, con la voz seca.

Levi volvió a mirar hacia la cama. Ni siquiera cuando su madre murió deseó tanto tener el poder de revivir a alguien. Ojalá no hubiera tenido que darle a Erwin una noticia tan nefasta.

—Lo siento. No la mires. Ve a por tu madre.

Diana sabría qué hacer. Llamaría a quien hubiera que llamar para que se encargaran del cuerpo de Greta.

Con una calma inusitada, Erwin agarró las muñecas de Levi y se las quitó del rostro. Con un semblante tenso e inexpresivo caminó hacia su hermana pequeña, la tomó por los hombros, y tiró de ella con suavidad para llevarla hacia la puerta. En ningún momento miró la cama ni al cuerpo que yacía en ella.

—Ha sido alguien, Erwin —sollozaba Christa, aferrada al torso húmedo de su hermano—. Tiene marcas en el cuello. Alguien ha... Lo siento, lo siento tanto...

—¿Qué pasa? —preguntó alguien—. Christa, ¿estás bien?

—Armin —descubrió ella cuando lo vio al otro lado del umbral, ataviado con una bata que se había puesto a toda prisa. La presencia de su primo tuvo un efecto apaciguador, pero muy leve, como una caricia en piel anestesiada—. Alguien ha... —A Christa se le rompió la voz. Sollozó contra el pecho de su hermano. No podía repetirlo.

—Alguien ha asesinado a Greta. Christa la ha encontrado así —dijo Levi con la voz entera. Sus ojos condujeron a Armin hacia la novia tendida en la cama.

—¿La habéis tocado?

—Dios mío, Greta. —Zeke entró detrás de su hijo, pero se quedó pasmado en el umbral, al lado de Levi. El color se le fue del cuerpo mientras se llevaba una mano a la boca. Sin embargo, no fue capaz de apartar los ojos de la escena. Levi reconoció esa mirada abstraída: Zeke también cargaba con sus propios muertos—. ¿Erwin?

El aludido giró la cabeza hacia su tío, pero sus ojos no conectaron. Tenía la mirada ausente y la expresión vacía como si alguien, después de abrirlo en canal, le hubiera extraído el alma con una espátula. Lo único que delataba un resquicio de vida en él era la forma en la que apretaba a Christa contra su cuerpo.

—¿Sí? —preguntó con una voz irreconocible.

—¿Qué ha pasado aquí? —indagó Zeke—. ¿Estabas con ella?

Pero fue Levi el que respondió:

—Acabamos de subir. Erwin, id con Diana —le ordenó Levi, tragándose las ansias de abrazarlo. Diana podía ser una bruja, pero también era una madre. Al menos un poco de consuelo podría brindarles a sus hijos. Levi tomó a Erwin del brazo libre y condujo a los hermanos hacia el pasillo—. Id. Los demás nos encargaremos. Armin está aquí.

You can lie, my dearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora