VIII ☾

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El rubio terminó de desplomarse sobre él. Sus pieles se fundieron y siguieron mezclándose sus sudores y humedades. Durante un rato, solo se escucharon sus agitadas respiraciones y la lejana algarabía de la fiesta.

Levi se sentía entre nubes. Tenía el peso asfixiante de Erwin encima y su cabello rubio en la cara. Estaban desnudos. Sus erecciones se relajaban la una junto a la otra. ¿Qué demonios acababa de pasar? ¿Se había muerto por fin de tanto quererlo? Si le hubieran dicho que alcanzaría la felicidad en un hueco lleno de polvo, le habría roto la cara a quien fuera.

Soltó una risilla ronca.

—Te corriste primero —balbuceó, alucinando.

Erwin no dijo nada. Escuchó la voz de Levi como si tuviera la cabeza metida en un tarro de miel. Un sonido lejano, agradable y dulce. El cuerpo no le respondía.

En ese momento, a Levi lo invadió el miedo.

¿Y si a Erwin le llegaban los remordimientos?

¿Y si no se repetía nunca?

¿Y si se había acabado para siempre?

Abrazó a Erwin por los hombros aunque tuviera dormidas las extremidades. Besó con debilidad su frente empapada de sudor. Acarició su espalda con mucha entrega. Quería chantajearlo con afecto. A Erwin le gustaban los mimos, Levi lo sabía bien, y él tenía muchos para darle.

—Erwin —susurró lastimero contra su sien. Tenía que convencerlo mientras aún estuviera blando y satisfecho—. Quédate conmigo.

El rubio se alejó un poco, apenas lo justo para mirar a Levi a los ojos. No quería alejarse de sus caricias.

—Estoy aquí —susurró, con una mirada intensa que delataba que ya le había vuelto el alma al cuerpo. Aún tenía una mano bajo la cabeza de Levi, pero usó la otra para rozarle una mejilla. En los ojos tenía un matiz de preocupación—. Discúlpame. Fui muy brusco, ¿verdad? ¿Te he hecho daño?

Levi sonrió y apresó la mano de Erwin contra su cara.

—Nunca eres así. Solo conmigo —tanteó Levi lleno de regocijo.

—No sé qué me pasó —se excusó Erwin—, algo se apoderó de mí.

Antes de que Erwin volviera a disculparse, Levi lo interrumpió:

—Ha sido increíble. Has sido el mejor... Pero eso ya lo sabía.

—¿Lo he sido? —preguntó Erwin, con una expresión muy seria. Le costaba creerlo—. ¿A la altura de tus expectativas?

Levi lo miró con detalle. Avisó con la mirada en dónde se posarían sus labios: sobre los de Erwin, en un beso sentido.

—Muy por encima —susurró contra su boca.

—¿Lo dices de verdad? No tienes que mentirme, sé que ha sido caótico, en el suelo, y que yo he perdido el control.

Levi suspiró solo de imaginar lo que había sucedido tan solo minutos atrás. Caótico, en el suelo, sin control. Las caderas de Erwin enardecidas. Hundió los dedos en los cabellos del novio, húmedos por el sudor. Le enseñó una sonrisa llena de perversión.

—Erwin, ¿quieres ponerme duro otra vez? Porque te juro que soy capaz de no dejarte salir de aquí en toda la noche. Y, si el novio no está en su fiesta, todos lo van a notar.

La fiesta. El novio. Erwin se evadió como si Levi acabara de mencionar al diablo, pero había algo de lo que nunca lograba huir: la presión de ser perfecto y el miedo a cometer errores.

—¿Y la inexperiencia? —preguntó, como si evaluara los apartados de un proyecto—. Ni siquiera he logrado que... Has terminado tú solo.

—Erwin —dijo Levi con su voz grave y ese tono que avisaba sobre una reprimenda—. ¿Cómo has estado follando hasta ahora? ¿Pasas un informe al terminar?

You can lie, my dearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora