XV ☾

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—¿Qué haces? —preguntó Armin, sonriendo.

Eren, en vez de entrar con él, se había quedado junto a la puerta de la habitación. Antes de que respondiera, Armin lo tomó por una muñeca y lo arrastró al interior del dormitorio.

El guardia no pudo evitar sonreír. Se fijó en la manita alrededor de su muñeca y luego miró a su dueño.

—¿Qué haces tú? —preguntó mientras Armin cerraba con llave desde dentro—. Soy el tipo de la puerta. Desde aquí solo te puedo vigilar a ti.

—Exacto, ¿crees que a mí no me pedirán coartada si ocurre alguna otra cosa? Más te vale vigilarme bien. —Armin se arrodilló frente a dos maletas similares de diferente color. De la azul sacó un pantalón de pijama negro con dibujos de pingüino y de la roja uno de cuadros grises y blancos. Ese último, el más grande de los dos, se lo tendió a Eren—. Puedes ponértelo, es de mi padre. No le importará.

Eren enarcó una ceja. Se cruzó de brazos y miró a Armin como pidiéndole que recapacitara, pero acabó soltando una risa incrédula. Desanudó los brazos y se dignó a recibir el pantalón.

—¿Todos en tu familia son como tú?

—¿Cómo soy yo? —preguntó Armin desde el suelo.

Eren se dio cuenta de que el chico lo miraba con una sonrisa un tanto traviesa, pero Armin jugaba sin mojarse los pies, así que Eren no mostró consideración. Se colgó el pantalón de cuadros del hombro y se quitó los zapatos. Después se desabrochó el botón de los pantalones.

—¿A tu padre le parece bien que invites al personal a hacer pijamadas?

Armin borró la sonrisa y bajó la cabeza con un movimiento brusco. No quería, de ninguna manera, que Eren descubriera la curiosidad en sus ojos.

—No hay problema —murmuró, con las mejillas encendidas—. ¿Quieres una camiseta? Si necesitas pasar al baño...

—Estoy bien, gracias —dijo el guardia, y su cremallera produjo un zip al abrirse. Eren se esforzó por no sonreír de más. Armin no era indiferente a él—. ¿O te incomoda que me cambie aquí? —fingió darse cuenta cuando ya había dado el primer tirón para quitarse los pantalones.

—No, no —se apresuró a responder Armin. Se dio cuenta de que estaba revolviendo la maleta por hacer algo con las manos, así que terminó sacando una camiseta blanca de algodón para disimular. Abrazó las prendas contra su pecho y entonces, incapaz de contener las ganas, alzó la vista hacia Eren. Se encontró con sus piernas desnudas, morenas y fibrosas, largas y bien definidas. No apartó la mirada. Trepó por sus muslos y su ajustado bóxer que revelaba una curva insinuante, y llegó hasta sus ojos turquesa—. Desde aquí pareces aún más alto —comentó, forzando un tono casual—. ¿Cuánto mides?

Eren no se perdió el detalle de ese recorrido. Armin tenía unos ojos muy grandes y expresivos, tanto que todo lo que hacían sobresaltaba. Sintió que la sangre se le calentaba y liberó la frustración en una risa corta.

—Uno ochenta y tres —dijo mientras se inclinaba para sacarse los pantalones por los pies. Los dobló y caminó hasta el sofá que había en el centro de la habitación para colgar su ropa en el espaldar. Antes de ponerse el pantalón de pijama, se quitó también la chaqueta de su uniforme— ¿Y tú?

Armin se levantó.

—Uno sesenta y ocho. Cuatro centímetros menos y no estaría aquí intentando reunir pistas —dijo con una sonrisa algo simplona.

—¿Y qué estarías haciendo? —preguntó el guardia, atrapado por la expresión de Armin. No dejó de mirarla ni para subirse ese pantalón de cuadros. Demasiado sofisticado para él, pero al menos no tenía estampado de animalitos.

You can lie, my dearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora